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Virgen de la Leche de Miguel Jacinto Melendez |
“(…)
José partió en búsqueda de una partera.
Cuando regresó Jesús ya había nacido.
Cuando la deslumbrante luz se atenuó la partera se encontró ante una
escena increíble. Jesús ya había encontrado el pecho de su madre! La comadrona
exclamó entonces: ‘¿Quién ha visto jamás a un niño que apenas nacido tome el
pecho de su madre?’ Es el signo evidente que este niño al convertirse en
hombre, un día juzgará según el Amor y no según la Ley!”(*)
Si he sido noche, fueron
las noches de mis bebés las que me hicieron ser noche. Y durante esa noche nació el niño en el portal de Belén. Hoy
me regocija decir que la mayoría de esas noches fueron al son de canciones de
navidad, porque yo en pleno mayo y octubre canté mil canciones de navidad. Las
imágenes del pesebre, los animalitos, María subida en un burrito en labor de
parto evocan en mí una sensación de protección y calma, una sensación de noche de paz y noche de amor. Los villancicos fueron las primeras palabras
que nacieron de mi boca cuando el llanto de mis bebés llenaba aquellas noches y
la destemplanza hacía que me perdiera en mis propias noches y descubría la
inmensa niña recién nacida que aún era yo.
El tiempo de navidad era para esa niña una estancia llena de magia,
calma, calor, de ese sentido profundo y contenedor que durante toda mi niñez
siempre le otorgué al nacimiento del niño Jesús. Decidí llenar mi sombra con
aquellas dulces melodías que fueron elixires de yerbas buenas sanadoras. Lo fueron para mí y para mis niños. Creo que
nacimos nuevamente en el Portal de Belén.
Mis canciones de cuna
entonces llenaron cualquier mes del año y el cantarlas aún llena mi casa de una
calma mística. Invocamos siempre el nacimiento de ese niño que es un símbolo
invariable de esperanza para la humanidad entera. Mis dos estrellas se duermen fácilmente
cuando cantamos todos –porque ahora en casa cantamos todos a aquel niño. Y para mí el simple hecho de evocar la imagen
de su nacimiento me enternece completamente y se me llena de emoción la
garganta y de lágrimas los ojos. Pues si
hay una imagen más clara de lo que es ser madre y nacer, para mí es la de María
teniendo a su hijo en el acto más maravilloso de parir en un pesebre, con ninguna otra contención más que la presencia de otros
mamíferos, las estrellas y el calor de la paja.
La sencillez de un hogar, la modestia de una familia y el parto de una
mujer y nacimiento de un ser humano en la forma más simple es la escena más
potente que todos debiéramos interpretar como la verdadera felicidad. ¿Qué
pasaría si todos pudiéramos vivir nuestros nacimientos, los propios y los de
nuestros hijos, de esa manera? La grandeza de las enseñanzas de Jesús radica en
otorgarnos a cada uno la potencialidad de ser como él.
(…) En
seguida, Jesús comenzó a mover la cabeza, a veces hacia la derecha, otras a la
izquierda y, finalmente, a abrir la boca en forma de O. Guiado por el sentido
del olfato, se acercaba cada vez más al pezón. María, que aun se encontraba
dentro de un equilibrio hormonal particular, y por ello muy instintiva, sabía
perfectamente cómo sostener a su bebé e hizo los movimientos necesarios para
ayudarlo a encontrar el pecho. Fue así como Jesús y María transgredieron las
reglas establecidas por los neocórtex de la comunidad humana. Jesús –un rebelde
pacífico desafiando toda convención- había sido iniciado por su madre. (*)
(…)
La noche siguiente, María durmió un sueño ligero. Estaba vigilante, protectora
y preocupada de satisfacer las necesidades de la más preciosa de las criaturas
terrestres. Los días siguientes, María aprendió a sentir cuándo su bebé tenía
necesidad de ser mecido. Había tal acuerdo entre ellos que ella sabía
perfectamente adaptar el ritmo del balanceo a la demanda del bebé. Siempre
meciéndolo, María se puso a canturrear unas melodías a las que agregó algunas
palabras. Como millones de otras madres antes que ella, María descubrió así las
canciones de cuna.(*)
Las risas de mis hijos me enseñaron a ser risa, y sus besos me
convierten en besos una y otra vez. La
maternidad me inunda como un río lleno de vida plena que me es regalado por las
estrellas, por las millones de estrellas de Belén que siento que me
cubren. Y mientras canto campanas de Belén como en un
trance me lleno de calma y dicha. Revivo
inmediatamente el momento como si yo misma estuviera naciendo en un pesebre en
el calor de mi madre. Me regocijo en la navidad que nos recuerda el
nacimiento de Jesús como hijo y el nacimiento de María como madre. Contemplando la imagen aquella del pesebre,
me percato que reza en cada uno de nosotros la potencialidad certera que
tenemos de conectar con nuestro interior más humilde y más sencillo. La
posibilidad de desarrollar los valores más sencillos del ser humanos como los
desarrolló Jesús, cómo los desarrolló María están en nuestras manos. La Navidad
se vuelve una instancia en la cual podemos rescatar nuestra esperanza y parir
nuevamente, así de la forma más sencilla y humilde, el amor que cada ser humano
lleva dentro como leche para alimentar. Exactamente
como cuando parimos a nuestros hijos. Porque la Navidad puede ser en cualquier
época del año y el hogar nuestro pesebre permanente. Porque nuestros hijos y el
amor por ellos son la estrella que seguimos siempre con una canción de navidad
de fondo. Y ellos, por supuesto, son todos nuestros grandes maestros. Y si lo
queremos ver el camino que lleva a Belén siempre puede estar en nuestros pies.
(*)
Nueva mirada sobre la Navidad, La cientificación del amor, Michel Odent,
Editorial Creavida: Bs. As, 2001. Pág. 130-131-132.