“Cuando una mujer va
a parir, se encuentra en un estado psicológico y emocional vulnerable. En estos
momentos de extrema sensibilidad, para que el parto transcurra de forma
eficaz y adecuada, la mujer debe sentirse segura para lograr “poner en
suspenso” su neocórtex racional y abandonarse, sin trabas, a su instinto
de mamífera, es decir, la parturienta necesita unas condiciones especiales de
quietud y serenidad para poder dejarse guiar por la información fisiológica
grabada desde hace millones de años en su cerebro mamífero primitivo (el
límbico). Seguridad, tranquilidad, silencio, luz tenue, protección,
acompañamiento amoroso y respetuoso, calor, agua, un poco de comida, no parecen
unos requisitos muy complejas para cumplirlos.”
Elena Mayorga
Cuando
te vi María estabas con tu panza inmensa sentada en aquel banquito. Tus ojos denotaban el inicio de tu trabajo de
parto y un miedo que se colaba en cada mirada que enviabas a cada personal de
salud que pasaba por tu lado sin percatarse de tu presencia. Esperaste paciente
y obediente como la buena niña que te enseñaron a ser desde pequeña. A ratos entrecortabas tu respiración por que
venía una contracción lenta y punzante, las veía venir e irse. Yo si me había percatado de tu presencia,
María. De repente la providencia divina
te tocó y una cama te fue asignada. Tus
ojos agradecieron la pequeña compasión que tuvieron contigo y agarraste tu
bolso y lo llevaste al pequeño velador que te asignaron. Te dieron algunas recomendaciones de forma
muy rápida. Volviste a agradecer
silenciosamente sin entender mayor cosa, lo sé.
Te preguntaron tu Rut, tu fecha de cumpleaños, el número de semanas de
embarazo, la fecha de tu ultima regla, y una serie de números más a los que
respondiste con algo de dificultad. Pediste
perdón por tu mala cabeza a la
impaciente señorita que esperaba una respuesta rápida. Nadie se percató de tu belleza, la perfección
de tu neocortex desconectándose para poder escuchar tu cuerpo que se preparaba
a recibir a tu hijo de la forma que solo tú sabes. Te digo María, para mi poder admirar esa
desconexión fue sublime, ‘maravillosa naturaleza’ pensé. Eres una reina María.
Te recostaste y te
sentiste sola, con algo de frío pese al calor intenso de ese día. Tus ojos María miraron todo con extrañeza
pero con resignación, se colaba el recelo en aquella sala tan grande, tan
ruidosa y llena de la luz intensa de cualquier medio día. Cerraste los ojos que se llenaron de lágrimas
detrás de tus párpados, lo sé María. Comencé a sentirte desde que te vi en
aquel banquito. Intercambiaste alguna
que otra palabra entre contracción y contracción con la mujer de la cama de al
lado. Te dijo que todas salían gritando de esa sala. Te sentiste desamparada una vez más, lo supe
cuando trataste de ovillarte en la pequeña cama para, silenciosamente y
apretando tu boca en un gesto sencillo, resistir una contracción más. No
querías molestar a nadie.
El reloj grande aguardaba
mostrando mi hora de salida. Di un par
de pasos sigilosos, tratando de no ser impertinente dentro de tu pequeño
espacio. Me dijiste un par de palabras y
al presentir que venía la siguiente contracción no pude evitar tomar tu
mano. No pude irme, no dejándote ahí sola. Comencé a acompañarte en las contracciones, pidiéndote
prudentemente que no las resistieras, si no que las traspasáramos y las dos
comenzamos a respirar y a integrar las contracciones que venían algo más
intensas. Puse un aroma agradable en tu espacio. Nos conocimos en unos minutos,
en algunas palabras escasas. ‘¿Dónde estuviste en mis otros partos?’ me
preguntaste. Revisé mi vida a lo largo
de los 15 años que tiene tu primera hija y a lo largo de los 10 años de tu
primera cesárea. María tenemos casi la
misma edad.
En largo tiempo nadie vino
a revisar que tu estado de salud estuviera bien, pero mi mano estuvo con la
tuya todo ese rato. Personal de salud se
acercó y preguntó por lo menos 87 veces por tu Rut, tú fecha de cumpleaños, el
número de semanas de embarazo, la fecha de tu última regla, y una serie de
números más a los que respondiste cambiando de lugar los números. Volviste a pedir perdón ante la pérdida de
paciencia de cada persona que se acercó.
Yo volví a admirar la belleza de tu neocortex desconectado.
La fuente se rompió cuando una doctora te
revisó. Tu sobresalto creció y yo lo sentí
en tu mano. Traté de tranquilizarte con mi mirada, con mi mano y mi
respiración. Tú me sonreíste y cerraste
tus ojos y me permitiste ver como tu bebé se movía. Revolviste tu bolso sin saber que sacar de
él. Ordené la ropita y sus pañales. Cerré
bien tu bolso para que no pareciera ultrajado.
Te trasladaron a la sala
donde podrías dar a luz y me permitieron dejar mi mano en la tuya. Traté de respirar contigo, traté de que te
conectaras con el precioso Maximiliano, traté de que el sintiera que su madre
quería que se llamara además Tarek, ‘el
que viene a ti’ como me dijiste
orgullosa. Había ruido y el reloj aguardaba para dar un cambio de personal. Mi
mano se quedó junto a la tuya y tratamos de bromear y tú reíste. Yo veía como quisiste desconectarte y como
quisiste sentir que tu cuerpo podía parir a Tarek sin dificultad, sin ese miedo que volaba en el aire. Alguien te llamó ‘floja’ por no querer
pararte, yo te miré y te sonreí y te
dije sin palabras que te quedaras como tú querías. Pediste perdón nuevamente porque manchaste
una sábana como si la hubieras deshonrado y yo quise pedirte perdón por no hacerte
sentir como la reina que eres.
En ese momento una tropa
de batas hospitalarias entró. Me pidieron
que saliera y yo también soy obediente, María.
No pude acompañarte en ese momento.
Mi mano se despegó de la tuya. Seguí
respirando contigo del otro lado de la puerta ¿pudiste sentirlo María? lo hice
tal cual lo aprendimos juntas unas horas antes cuando recordamos a traspasar
las olas de las contracciones, cuando nos abríamos plenas y cuando sentimos
ambas libremente que nuestros bebés caminaban la senda a través de nosotras y
nacían sin temor, sin dolor por nuestra vagina que era una… nos acompañamos y
fuimos una. María ¿dónde estuviste tú en
mis partos? fue mi pregunta. No pudimos
seguir respirando, te desnudaron entera, te rasuraron, en medio de un sinfín de
cifras que enarbolaron. Desnudez, luz,
ruido, tubos plásticos y millones de ojos observándote. Tímidamente me pediste
perdón por que todo el trabajo que hicimos fue en vano y cerré mis ojos para
contener las lágrimas. Tú eres una reina María, a pesar de todo este escenario ¿pude
acaso transmitirte esa sensación María? El miedo creció cuando solté tu mano y me
preguntaste airada y llorando que qué te había hecho ese hombre de bata verde. No
pude responderte María por aquel dolor. Profanación. El descontrol de tu gesto y
tu camilla en movimiento no me permitió tomarte de la mano ni retomar la
respiración. Yo se que Tarek si se
encajó y que había encontrado ya el camino que le mostramos juntas, el que él quería hacer, recorrer junto y en ti, de tu mano y con ello de la mía. Yo se que
sí. El hombre aquel, del que no pude
resguardarte, decidió otro camino María.
Santiago,
jueves 21 de noviembre de 2013, Proyecto Doula.
no puedo mas que transmitir mis larimas de emocion y amor a todas las Marias
ResponderEliminarHermoso! se me escapan las lagrimas. M siento identificada. Ser doula a veces duele...aunque no se note en nuestro cuerpo...
ResponderEliminarY otra vez llorando al leerte :'(
ResponderEliminar