Si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Bajo el ala del sombrero cuantas veces, embozada, una lágrima asomada yo no pude contener...
Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer;
si fui flojo, si fui ciego, sólo quiero que hoy comprendan el valor que representa
el coraje de querer.
Bajo el ala del sombrero cuantas veces, embozada, una lágrima asomada yo no pude contener...
Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer;
si fui flojo, si fui ciego, sólo quiero que hoy comprendan el valor que representa
el coraje de querer.
Cuesta Abajo
Carlos Gardel
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Ilustración de Lucía Serrano del Libro "Asi te quiero mamá" |
Recuerdo que un buen día
se plantó ante mí la curiosa idea de criar a mis hijos estando yo en casa. Y
si, una muy curiosa idea. Sentía que las
buenas voluntades a mi alrededor ayudándome a cuidar de mi hogar y de mis hijos
no hacían más que dolerme y hacerme sentir un monigote pusilánime sin voluntad. Por otro lado también me dolía el solo hecho
de pensar en la vergüenza que implicaba que una profesional como yo pensara en
dejar de trabajar “bien” para criar y estar en casa. Las amenazas frente a esta curiosa idea no
tardaron en llegar: que el dinero no les va alcanzar y no podrán darles una buena
educación a los niños, que te aburrirás pronto, que perderás tu espacio, que
tus hijos serán siempre dependientes de ti, que te perderás. Así, entre otras ráfagas. Afortunadamente, el miedo grabado
lastimeramente en mis huesos, no pudo paralizarme esta vez. Lo hice.
Dejé de trabajar en un empleo formal y enfrentar de otro modo el desafío
económico. Ardua tarea. Dejé de trabajar porque quería seguir amamantando y cuidando
yo misma a mi bebé, quería ser yo la que enseñara a leer y a escribir a mi hijo
mayor. Di aquel tremendo paso al vacío, salir de mi zona de confort, abrazar la
incertidumbre. Porque en el mundo que
vivimos y en las condiciones sociales en que nos desenvolvemos hoy, dejar de trabajar para una mujer madre para
criar a sus hijos, es una decisión temeraria, algo así como la decisión de un
kamikaze.
Dentro de la maquinaria
social y económica de la cual somos parte irreversiblemente, la apropiación de
los tiempos de cada persona para utilizarlos al servicio del gran engranaje
económico es el pan de cada día. Los
tiempos de cada individuo son valiosos en tanto y en cuanto producen. Y el valor que se les otorga a esos tiempos
no solo es a nivel monetario, sino también en valoración del éxito social. ‘Eres’ en directa relación con lo que
trabajas y tu trabajo determina en que zona de la pirámide de éxito te
encuentras. Estos parámetros cobijan
diametralmente la vida de hombres y mujeres por igual. Y en el caso de nosotras mujeres este hecho
es un bisturí que nos escinde mortal e irremediablemente. Nos observamos
antagónicamente como mujeres-profesionales o bien mujeres-madres. ‘Somos’
porque trabajamos de forma remunerada, y escondemos bajo la alfombra las
labores que llegamos desesperadamente a hacer a casa por la tarde: el
mantenimiento de la vida cotidiana, los cuidados domésticos, la crianza de los
hijos. Estamos definitivamente siempre definidas
y determinadas. Y en nuestro caso lo
correcto y lo prestigioso es trabajar fuera de casa porque eso te otorga
una remuneración económica y estatus social, y tu trabajo en el hogar es algo
que… simplemente tienes que hacer. Desgaste
seguro. La sobrecarga de trabajo fuera
más la culpa que se te inculca por todos los poros por ‘no estar con tus hijos’
sumado al cansancio que involucra el cuidado de tu hogar por la carga emocional
que ello conlleva es la verdadera
recarga que llevamos las mujeres.
Partidas y sobrecargadas nos juzgamos incluso nosotras mismas y con ello
caminamos renunciando a todo nuestro poder. Buscamos siempre complacer al
resto, menos a lo que sentimos.
En mi caso tuve solo dos
opciones: seguir trabajando en una oficina tiempo completo, o no trabajar de
forma remunerada. En la mayoría de los
casos no hay términos medios. Nos siguen partiendo en dos. Y optar por dejar de
trabajar te obliga a hacer varias otras renuncias: dejas prácticamente de ser
un ente económico-social y con ello te quedas sin previsión médica, dejas de
cotizar para tu jubilación, tus bolsillos se adelgazan considerablemente, entre
otras cosas. Te vuelves una paria, y el
destino quiere deshacerte a punta de piedrazos con tu pelo sin peinar y tu cara
sin maquillaje, porque el trabajo en casa es arduo y hay veces que no te deja
tiempo para peinarte. Parece un triste desenlace.
Sin embargo, poco a poco
te vas dando cuenta de que tu labor hogareña tampoco te deja tiempo para la
angustia, pues tienes que levantarte sí o sí por las mañanas, porque nace un
nuevo temple en ti, porque los niños te infunde una energía imprudente y
bendita. La valentía que te da la
decisión intrépida de desafiar un sistema anti maternidad y que descalifica
constantemente los cuidados domésticos y de crianza, es un insolencia que solo
las mujeres podemos darnos el lujo de hacer.
El valor de sentir que las mujeres no somos seres partidos, que podemos
trabajar, estudiar, ser madres y criar al unísono es un universo integral
posible si tuviéramos un poco de comprensión y apoyo. El coraje que nos infunde la potencialidad
que tenemos de amar representa nuestra expansión máxima en las diversas
actividades que podemos llevar a cabo. Y
este mundo puede ser otro si la idea de cuidar a nuestros hijos en casa con
nuestro cuerpo sale a la luz, se visibiliza y deja de ser un espécimen en
extinción. Es posible hacer un cambio
radical en nuestros estilos de vida si la idea escindida de aquella mujer que
siempre tiene que renunciar a algo para hacer lo que realmente siente desaparece
para siempre de nuestro imaginario.
Estoy convencida de que es
necesario cambiar la visión que tenemos como sociedad acerca del trabajo, sobre
todo del trabajo que hacemos las mujeres.
Sea este remunerado o de cuidado en el hogar, cualquier trabajo es
dignificador y altamente necesario. No
creo que existan trabajos de mayor o menor categoría. Cambiar esta visión empieza desde casa, el
punta pie inicial debemos darlo las mujeres haciendo el cambio interno y sintiendo
que los quehaceres internos, sean estos personales u hogareños, y
principalmente las actividades que conlleva la crianza de los niños – y hablo
de una crianza presente - son labores
altamente gratificantes y llenas de riqueza para el grupo familiar en un
ambiente cooperativo. Por otra parte,
si los sistemas laborales abrieran sus puertas a la idea de esquemas de trabajo
más flexibles para las madres, las mujeres podríamos conciliar de una forma más
íntegra y mucho más honesta, teniendo libertades para elegir opciones que
concuerden sinceramente con lo que sentimos.
Amamanto al más pequeño mientras
enseño a escribir a mi hijo mayor, los artículos para el blog bullen en mi
cabeza y las oportunidades para realizar mil actividades que me interesan y me
apasionan florecen por doquier. El miedo
por su parte sigue instaurado en mi, aunque he decidido conscientemente
mantener su jaula con candado. Miro de frente cada amenaza que aparece. En eso, miro a mis niños y pronto descubro que la
primavera ha llegado y que hoy hice una promesa para ir al parque a jugar a la
pelota.
Este texto aparece en la Tercera Edición de la Revista Espacio Mamaluz dedicada a la Semana Mundial de la Crianza en Brazos.
No se la pierdan!! http://issuu.com/espaciomamaluz/docs/revistamamaluz3
Este texto aparece en la Tercera Edición de la Revista Espacio Mamaluz dedicada a la Semana Mundial de la Crianza en Brazos.
No se la pierdan!! http://issuu.com/espaciomamaluz/docs/revistamamaluz3
!!!Valiente y mamá a un 100%!!! En un futuro no muy lejano verás los frutos de tu esfuerzo y ya no habrá dudas acerca del camino que tomaste. ¡Sigue mirando a tus niños para renovar fuerzas!
ResponderEliminarTu amiga Claudia