jueves, 21 de junio de 2012

Recuerdos de mis inicios como madre



Aprendiendo y concientizando desde la dicha y el dolor

Hoy cumplo seis años como mamá.  Tengo recuerdo tan nítidos de Manuel de aquél día.  Sin duda, uno de los momentos más intensos que he vivido.  Han sido seis años de aprendizaje, de caídas, de reconocimiento.  Nada fáciles por cierto, pero no cambio por nada mi vida actual por la que tuve antes de tener a Manuel.  Y casi no me di cuenta de que ya creció y ya no es un bebé, y no hay día que no agradezca la bendición y la dicha que él, con su carita redonda, trajo a mi vida.

Recuerdo que aquellos días,  en los que reinventarse fue el pan de cada mañana, el asumir mi identidad con la nueva etiqueta de “madre” se volvió algo muy complejo.  No es algo de lo que se pueda alardear ni andar contándolo por todos lados, pero creo que muchas de las veces me dejé llevar por lo que me dijo el medio. Claro, nadie nace sabiendo dicen,  además cuando uno vive tratando de “valer” en la sociedad, esa que te exige por todos lados, y solo te va dando señales de semáforo según la aceptación, uno tiene las prioridades en otra parte.  Pero cuando nace un hijo tu enfoque cambia, y  pese a todos los consejos de madres, suegras, amigas, etc. vives ese instante solamente con una prioridad: tratar de entender por qué tu cría llora y tú no puedes más de angustia.  Alguna vez le comenté a alguien que me sentía como caminando en una cuerda floja sobre un precipicio y con Manuel en brazos.

Sin embargo, inmediatamente después del parto habitó con fuerza en mi un instinto amoroso inexplicable (ahora se que volaba en oxitocina). Una necesidad incontenible de tener a Manuel siempre pegado a mí me convirtió en una fiera.   Sin darme cuenta pasé tardes enteras mirando su carita, extasiada en su olor, en su contacto, dándole de mamar, y con el en brazos. Me entregué con toda el alma a amarlo y a cuidarlo. Me angustiaban tantas cosas también. Sentía que enloquecía. Pero toda la vulnerabilidad que sentía también traía consigo una fuerza inexplicable, una fuerza más allá de la que había tenido en toda mi vida.  Con dolor y culpa, reconozco que no tuve la fuerza para hacer cambios más grandes en mi vida justo cuando nació Manuel, aquellos que me habría gustado hacer para solamente estar con él,  pero siempre intenté estar ahí de la mejor forma.

Muchas voces opinaron durante la crianza de mi primer hijo, y yo me recuerdo como una simple oveja desinformada y casi sin voluntad, que comenzó una lucha pequeña, sin saber cómo ni por qué. El legado de las crianzas de antaño llegó a mis oídos: ‘ya debería dormir toda la noche’ ‘no lo cargues por que se acostumbra’ ‘hace mal que duerma con ustedes’ ‘no dejes que te manipule’ ‘dale agüita’. Entre estos consejos y mi angustia,  Manuel lloraba,  ahora sé que lloraba en mi lugar, lloraba por mi, por todo lo que yo no podía llorar o no me lo permitía. Mi sombra era grande. 

 A las pocas semanas de nacido Manuel no subió de peso y me ordenaron relleno.  Zarpazo sumamente doloroso.  Luché, seguí luchando por dar teta, nadie me había dicho lo beneficioso que era ni mucho menos, pero mi instinto siguió luchando por alimentarlo y lo hice, pese a que tomaba leche de tarro, yo seguí alimentándolo con mi leche, más allá de los comentarios anexos que me dijeron que lo más probable era que se me terminara, una buena pediatra me enseñó a amamantar a Manuel y luego darle la mamadera.  Así lo hice, rigurosamente.  

Cuando entré a trabajar, el segundo zarpazo fue casi mortal. El dejar a mi hijo solo, no me parecía de ningún modo buena idea, pese a los cuidados amorosos que sin duda le propinaría la abuela.  No pude escuchar lo que mi deseo gritaba. Me sometí callada al vaivén del metro. Lloré en silencio. Mi lucha continuó siendo la lactancia y el apego. Las horas de separación eran largas y los pechos me dolían durante el día.  La impotencia de estar sentada en un baño tratando de sacarme leche con un extractor es una experiencia sumamente angustiante y denigrante.

La alegría más grande del día: el recuerdo de los ojos de Manuel iluminados, abrazándome y levantándome la blusa para tomar teta, la cual ya no soltaba hasta el otro día.  Las margaritas en su mejillas, el olor de su cabecita y el tocar sus manos eran para mí el paraíso.  Viví para esos momentos, cuando llegaba en la tarde.
A la hora de dormir yo le cantaba, y descubrí que no cantaba tan mal. Ingresé con gusto de nuevo al maravilloso mundo de los cuentos y canciones infantiles.  Me gustaba cantar la Manuelita de María Elena Walsh.  Me sumergí en esa literatura, recordando los cuentos y la sensación que a mi misma me gustaba cuando era niña.   Y comencé a escribir, y escribí muchos cuentos para Manuel y no recuerdo haber echo un trabajo más gratificante y pleno durante mis horas en la oficina.

No sabía nada de lo que hoy se conoce como crianza respetuosa, o crianza natural.  Así, solo con mi instinto luché por la lactancia, dormimos con él, cuando lloraba su padre o yo lo tuvimos en brazos noches enteras pese a al cansancio.  Tímidamente escuché mi creatividad a flor de piel, guardé, a sabiendas, mis dolores durante mis primeros días siendo madre, sabía lo que me dolían, pero me di cuenta que habían otras cosas que debía arreglar y sanar antes.  Me propuse dejar que pasaran las cosas que debían pasar, y luego buscar una forma de estar con Manuel más tiempo.  Hice muchos proyectos, y algunos los he logrado en cierta medida. 

Ahora, a veces sigo sintiendo mucho dolor porque quizás pude haber estado más tiempo con  mi hijo  durante sus dos primeros años de vida, lo digo con culpa y dolor.  También siento que los aprendizajes y los procesos son así, y que lo importante es tomar conciencia de ellos. Asumo que los hijos más grandes siguen teniendo la necesidad intensa de estar con sus padres, de aprender junto a ellos, de continuar los procesos de su mano.  Y ahora esa es mi tarea, pronto Manuel aprenderá a leer y a escribir y ahí quiero estar yo.

2 comentarios:

  1. Tu historia se parece mucho a la mía, yo también hice mi búsqueda por instinto y antes de que naciera Simón ya había descubierto algo sobre maternidad consciente, pero de todas formas la presión social y "médica" en algunas ocasiones aplastó mi intuición. Por suerte encontré siempre médicos pro-lactancia y para mí no hubo complicaciones al respecto, lo viví muy natural. Pero la vuelta la trabajo fue aplastante. Afortunadamente, ganó mi creatividad, impulsada por el amor a mi hijo, apoyada por un buen compañero. Te dejo este link, para compartirte mi experiencia y te felicito por la iniciativa de ayudar a otras madres con tus conocimientos y experiencia.

    http://martindiener.wordpress.com/2012/05/23/la-idea-antes-de-partir-de-chile/

    Saludos,
    Araceli.-

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    1. Bella Araceli, reitero mis agradecimientos por tu apoyo y tu lectura...Mil gracias llenas de emoción materna...

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