miércoles, 18 de febrero de 2015

Historias de parto: El parto de Paula y el nacimiento de Diego

Hace 17 meses a mi hijo lo trajeron al mundo, mi ilusión de parto natural sin epidural se esfumó, así, porque si, y he de entender algún día que las cosas fueron así y que ya han pasado...que me he de curar...



Estaba informada en el momento de mi parto, pero me faltó carácter, determinación y empoderamiento en el momento de afrontarme al parto. Desafortunadamente, no conté con la opción de dar a luz en casa, aunque me hubiera encantado, pero una serie de miedos infundidos por mi entorno me hicieron decantarme por el hospital, algo de lo que me arrepiento y me arrepentiré hoy y siempre.

Recordando todo el proceso de mi hospitalización y mi parto, y con la historia clínica en la mano, empieza una marcha atrás en el tiempo que me hará verter en estas paginas toda mi experiencia vivida el día en que mi hijo fue traído a este mundo.

Diego se resistía en venir al mundo, tendría que haberlo hecho el día 15 de Junio, ,pero pasaban los días y los días y Diego no venia, hasta que el día 25 de Junio, el hospital llego a su limite protocolario y me pide hospitalización para inducirme el parto el día 26. Mi mundo y planes se derrumbaron, era consciente de que un parto inducido seria más doloroso y tendría mas riesgo de terminar en una cesárea, aun así, pedí al hospital que me diera tiempo para que mi cuerpo lo hiciera de manera natural, confiaba en él y le quería dar el tiempo que mi cuerpo necesitaba para que mi hijo viniera cuando él quisiera.

Me dieron plazo un día más, el día 27 debería llegar a las 8am para que empezara todo cuando ellos querían.

El día 25 y el día 26 fueron días muy tristes para mi, no paraba de llorar, porque veía que la situación se me iba de las manos, no podría controlar algo que para mi tendría que ser natural y que alguien en un par de días decidiría cuándo mi vida cambiaría para siempre, y no iba a ser mi hijo quien lo hiciera...

El día 26, recuerdo haberme levantado con ganas de ganarle el pulso a los protocolos del hospital, y decido irme a caminar por toda la ciudad a velocidad de vértigo, no sé de donde sacaba la agilidad, mis 15 kilos de más de peso, el verano que me clavaba en el suelo, mi angustia, mi desesperación, mi dolor, mi frustración y mi todo hacian que mi velocidad fuera cada vez más y más rápida, creía que así podría lograr que mi hijo viniera, acelerando su llegada de una manera menos invasiva. Mi pobre madre corría detrás de mi, llorando a mi mismo compás... Hasta que por fin, paré, frené, me senté y lloré, lloré y lloré, impotente, viendo como pasaban las horas y mi parto seguía dependiendo más del hospital que de mi misma.

Por la noche, mi pareja llego, me dijo que quería ir a cenar por ultima vez como pareja, celebrar nuestra ultima noche solos, y reservó mesa en un restaurante Indio, habiéndose informado que el picante también ayudaría a desencadenar el parto.

Nos pusimos nuestras mejores galas, y fuimos a celebrar lo que de manera escogida, y a dedo, sería nuestra última cena como familia de 2.

A la vuelta a casa, volvimos en autobús, por una calle donde estaba bastante mal pavimentada, y de broma le dije: - ¿Te imaginas que rompiera aguas aquí mismo por el movimiento del bus?-  Nos reímos, llegamos a casa.... no pasó...

Me puse el pijama, derrotada, cansada y pensando en el día siguiente, me senté en el sofá a descansar y hablar con mis padres de la cena.

Me levante al baño para hacer pipí, y al agacharme para sentarme rompí aguas... salió, rompió, llovió por entre mis piernas todo el liquido que había resguardado a mi hijo por 9 meses.

Grité, grite, Bien! Bien!!! Todos vinieron hacia el baño y yo con las manos en la cara llorando de emoción no podíamos creer que había logrado que mi cuerpo rompiera aguas de manera natural.

Feliz porque mi pesadilla de la inducción había terminado, porque yo había ganado el pulso, porque mi hijo había decidido su momento.

Nos preparamos, me limpié y fuimos todos al hospital. Eran las 00:00h del día 27, el día en el que en principio tenia que haber ido a las 8am para que me indujeran el parto.

Me hicieron las primeras valoraciones, allí tuve una contracción muy fuerte, pero aun al tacto seguía estando “muy verde”. Creo que deberían borrar esta frase de los protocolos obstétricos!

Me subieron a la habitación, con la ya amenaza de que si a las 12 del día no había dado a luz, me bajarían de nuevo a sala para evaluar e inducir.

En mi habitación, tranquilamente, con mi pareja empece a tener mis contracciones, a su tiempo, en su debida duración, con sus lapsos y sus tiempos, sus dolores que poco a poco aumentaban según iban pasando las horas, pero Diego no quería aun salir.

Ya cerca de las 12 del día, las contracciones un poco más fuertes, soportables pero fuertes se presentaban un poco más seguidas, pero dándome tregua de descanso, cuando llegan a por mi, un enfermero... desde ahí ya supuse que mis planes y mi control había terminado.

Me bajaron a una sala, donde había 2 camillas y una cortina que separaba una camilla de la otra, me recibió una mujer, de la que no recuerdo su cara, pero sí su voz, una voz que me da aun escalofrío, y de la que seguro que si vuelvo a escuchar saldría corriendo para no tener que verle la cara nunca jamas.

Me mira y me habla en tono altivo y prepotente y con la que tengo la siguiente conversación:

Ella: Qué?! Ya estas de parto?

Yo: Si! Tengo contracciones (mi semblante era de felicidad, estaba feliz porque veía que poco a poco se acercaba el momento de ver y tener a mi hijo, era feliz porque me sentía capaz de sacar adelante mi parto, era feliz porque me sentía segura de que yo podría hacerlo, sin epidural, sin anestesia con mi cuerpo y mis ritmos.)
Ella: JAJAJA!!! Venga hombre, tu no estas de parto! Si estuvieras de parto no podrías ni hablar, eso no son contracciones!!!

Yo: Oiga, señora, quiero estar feliz, porque quiero estar relajada y ayudar a que todo salga bien y fluido.

Ella: Venga, acuéstate aquí, que te voy a hacer un tacto...(Sale riéndose del cubículo, burlándose de mi...)

Me acosté en la camilla, y me hizo el tacto, soltó su palabra clave...Uy! Pero si tu estas muy verde!!!

Mi mundo cayó de nuevo!, pensaba que esta muy dilatada, pero según esta mujer, solo estaba de 2cm.

Me tocó de nuevo, hizo algo que no dolió, mato! y me destrozó la vida de ahí en adelante... perdí el control de mi cuerpo, el dolor se apoderó de mi enseguida, mi mente, cuerpo y alma se retorcían sobre una camilla de 80cm de ancho por quizás 180 de largo, lo sé porque alcanzaba a tocar los barrotes superiores e inferiores de la cama cada vez que me retorcía de dolor.

Con el tiempo supe que lo que aquella mujer me había hecho había sido la famosa maniobra de Hamilton, sin permiso, sin aviso, sin información, simplemente una respuesta por parte de ella ante mi grito desgarrador de: ESTO SI QUE ES UNA CONTRACCION!!! No las tonterías que tenias... ahora SI que estas de parto!

Se marchó, tan pancha, tan feliz, tan orgullosa de haberle enseñado a una mujer lo que era una contracción, en contra de su cuerpo, en contra de su ritmo, en contra de su naturaleza y deseo...

A partir de ahí, yo no controlaba nada, el dolor me controlaba a mi; así pues comienza mi lucha interna de soportar unas contracciones dolorosas, infernales de las que me hacían perder el conocimiento...

La mujer volvió, yo no era consciente de mi entorno, me metió una pastilla en la boca, no sé porque la tomé, no se porqué me dejé, quedé a merced de esta mujer... luego, intentó hacerme firmar un documento, que pretendía que yo leyera, y al que hoy miro incrédula de cómo pude firmar algo así... en mi firma se plasma el dolor y la frustración que en ese momento sentía

En la camilla de al lado habían traído a otra chica, de la que solo recuerdo que llamaba a familiares diciendo que la tenían en sala de dilatación, una chica que no había empezado siquiera con su trabajo de parto, una chica que seguro al oírme a mi gritar como una bestia, padecía imaginando lo que se le venia encima... y yo, en ese momento sintiendo reparo y vergüenza y pudor de no gritar tanto para no dar la nota... donde estaba mi intimidad?! Quería volver a mi habitación...

Me pasaron a sala de partos, sobre las 14h, allí me quedé sentada en el water, pero el enfermero de turno me hizo levantar, pidiéndome que me acostara en la camilla para monitorizar a Diego... una vez allí acostada nunca más me pude levantar...no me volvieron a quitar los monitores y además empezó una carrera entre la química pura y la química natural... oxitocina sintética intravenosa, como quien sube el volumen a la radio cuando escucha una canción que le gusta... pipipipi... sonaba la maquina que dosificaba el liquido que haría el trabajo por mi...

Otro tacto Paula... venga mami! a ver como estamos...! Oh! Qué verde estas! ...y así una y otra vez.... Estas de 3!! , estas de 4!!, uy, que no avanzamos nada... quieres la epidural? No??!!! jolín...!!! Venga más oxitocina... pipipipi (la maquinita)....  y yo postrada en esa camilla, atada por los monitores, con la vía en mi mano, por un lado poniendo antibiótico (tenia estreptococo positivo) y la otra irrigando oxitocina a mi organismo, y yo sin ser responsable de mis movimientos, sin poder hacer nada, caía rendida y destrozada, casi inconsciente después de cada contracción.

Un sin fin de intervenciones, excesiva medicación y poco respeto a mis ritmos y tiempos hicieron que mi parto se estacionara, pararan las contracciones a eso de las 20h y dejara de dilatar más allá de 6cm.

Después de tantas horas, tanta oxitocina sintética y tanto cansancio, detectaron que Diego empezaba a tener bradicardias Le realizaron 2 pruebas de PH para ver su nivel de oxigeno en la sangre, afortunadamente las pruebas salieron muy bien.

Después de 22 horas de trabajo de parto, sin epidural, deciden realizarme una cesárea Eso si, programada para después de las tandas de penaltis del partido decisivo que se jugaba España contra Portugal en la eurocopa del 2012... qué casualidad...

Yo solo sé que cuando me proponen ponerme la epidural sentí frustración y tristeza, de ver como poco a poco todo lo que había querido y todo lo que había luchado se difuminaba en un  simple deseo, en un simple capricho, de sentir y ayudar a mi hijo venir al mundo...

De mi cesárea poco puedo contar y recordar, solo que cuando me pasaron a quirógrafo yo  temblaba demasiado, afortunadamente tenia a mi pareja a mi lado, quien me cogía la mano, a él le miraba, y el me miraba, tan desubicado o más que yo...

Acostada en la camilla del quirófano, ya lista para “abrirme”, me informaban poco a poco lo que me iban suministrando y lo que probablemente podría sentir... Yo solo recuerdo que a mi pareja le decía que sentía que me iba, que me pesaba el cuerpo, que me hundía en la camilla, que me voy, que me voy, le decía tiritando de miedo, luchando contra mi cuerpo y manteniendo la vista en una de las rejillas de ventilación del techo, mientras sentía como me escarbaban y jaloneaban por dentro y oía a los allí presentes exclamar por el gran tamaño de mi hijo.

Diego, 28 de Junio del 2012, 2am, 4.300k, 56cm.

De repente, siento un duro vacío interno, y una frase que no olvidaré "Jolín! qué niño más grande", nos lo acercaron como quien enseña un trozo de carne para la venta, y se lo llevaron, tal cual como si lo fueran a filetear para entregártelo cortadito y empacado listo para llevar.

No recuerdo su cara cuando le vi por primera vez, solo recuerdo que en broma le dije a mi pareja que tenia sus orejas!! Se lo llevaron, lo apartaron de nosotros, le apartaron de mi...

Aún sentía como seguían escarbandome por dentro, hasta que oí llorar a Diego, y pregunté si era él... creo que ni siquiera alcancé a llorar... no hubo emoción, o quizá una mezcla de emociones que se anulaban unas entre otras...

Hicieron salir a mi pareja y me dijeron, que él me esperarían fuera, con Diego, mientras me cerraban...oh! que frase más poco delicada para una mami que le acaban de arrebatar su momento más preciado.


Y así fue.. salí de quirófano, y allí fuera estaba sentado Alberto, con Diego en brazos, tan “chiquitito” que casi ni se podía ver, y Alberto tenso, le levanta y me lo pone en mi regazo, ya en la sala postparto le pongo al pecho, y le siento mamar de mi por primera vez... no recuerdo qué sentí... solo recuerdo que eran las 4am, tenia a mi hijo encima mio, y que mi vida había cambiado para siempre... 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Historias de parto: Nacimiento de mi hijo

Autora: Blanca García
Fuente: Crianza En Flor



Hijo, cumpliste 2 meses y siento que es tiempo de poner en palabras tu nacimiento. Todas estas semanas la experiencia ha habitado en un espacio sutil, en mis sensaciones, mis emociones, en mi piel. Y siento que ya es hora de relatar en palabras lo vivido.

El 24 de agosto a las 6 de la mañana me despertó una contracción especial, le seguí su movimiento en mi útero, como se trasladaba, explotaba en el centro y luego se expandía hacía abajo. Supe enseguida que ese sería nuestro último día reunidos en mi cuerpo y que esa noche nos separaríamos. Alegría, amor, tranquilidad, sonrisas silenciosas, nuestra cercana cita nocturna por ahora sería un secreto entre tú y yo.

Las contracciones se asomaron espaciadas durante toda la mañana. Tu papá también supo que esa noche nacerías, quizás se lo dijo mi mirada, mis silencios, mi piel. Me dio de almuerzo ceviche -“Para que estés poderosa”- me dijo sonriendo y sacándome una carcajada. Y salió con tu hermana a la casa de mis papás/tus abuelos –“Volveremos como a las 7 de la tarde para que estés tranquila, intenta dormir una siesta”- dijo al salir transmitiéndome confianza y amor.

Esa tarde, las contracciones se siguieron asomando rítmicas y tímidas, sólo un suave vaivén. Me sentí ansiosa, impaciente, dudé ¿Y si no nace aún?. Limpié la cocina, inflé un poco más el balón kinésico, puse una colchoneta bajo la alfombra, prendí calefactores, puse tu ropita en una canasta sobre el mueble, me comí una fuente enorme de kiwis con naranjas y devoré una barra entera de chocolate. Me acosté a descansar y a pintar mandalas. La tranquilidad y la confianza retornaron.

Ya estaba oscuro cuando tu papá y tu hermana llegaron. Tu hermana llegó relajada y feliz contándome sus aventuras de la tarde. Tu papá muy tranquilo preparó once, huevos revueltos, jugo, frutas y té de jengibre fueron el menú. Nuestra cita nocturna ya no podía ser un secreto, en la cocina le dije -“Hoy nacerá Rafael”-. Me miró, esperó que pasara una contracción y respondió mirándome a los ojos -“Lo sé”-.

Tomamos once los tres en la pieza que esperábamos que nacieras alumbrados solo con la lámpara de sal. Y mientras comíamos las contracciones se fueron haciendo más seguidas. Les seguía el movimiento en mi cuerpo, esperaba su explosión en el centro y seguía comiendo. No dolían, ni molestaban, sólo me invitaban al silencio. Sentía todo tranquilo, pacífico, la penumbra me invitaba al silencio, los relatos de tu hermana me hacían reír y tu papá me transmitía seguridad absoluta.

Me acomodé en el sillón entre cojines y la manta que tejí en esas últimas semanas. Todo era calorcito y oscuridad. Y seguí recibiendo cada cierto rato una contracción, escuchaba a tu hermana jugar en la otra pieza y tu papá estaba frente a mi mirando un documental en su computador. Todo era relajo en el departamento.

Tu hermana se quiso acostar, tu papá la preparó y la fui a acompañar a dormir. Sabía que era la última noche en que podría acompañarla así. Era una especie de despedida. Ella me dijo –“Quiero dormirme abrazaditas”-. Le pregunté si quería teta –“Un poco no más”- me contestó. Se durmió enseguida.

Me volví a acomodar en el sillón a recibir el vaivén de las contracciones que eran ricas, predecibles en su movimiento y muy rítmicas. Tu papá encendió la estufa y la sumó al calefactor. Y al rato me dijo –“Te voy a dejar tranquila y me acostaré al lado de la niña para que no despierte”-. Empecé a entrar en un espacio sin tiempo. El sillón dejó de ser cómodo para recibir las contracciones. Quería abrir las piernas después de cada explosión y así seguir el movimiento hacia abajo. Así que me apoyé en el mueble de la tele con mis manos. ¡Qué feliz estaba! ¡Qué poderosa y confiada me sentía! El vaivén de las contracciones era rico, era fácil de seguir y de llevar. Ellas venían y se iban dejándome cada vez más revitalizada.

A ratos se me venían imágenes del  trabajo de parto de tu hermana que fue de 3 largos días hace casi 4 años atrás. Frente a cada recuerdo te decía en mi interior –“Tranquilo, aquí estamos seguros, aquí nadie nos dará instrucciones” “Sigue bajando tranquilo, aquí nadie meterá sus manos en mi cuerpo para tocar tu camino” “Eso, con confianza, aquí nadie nos hablará, ni prenderá la luz” “Aquí no hace frío, siempre estará calentito” “Sigamos disfrutando nadie nos intervendrá”- Te lo decía a ti, pero en realidad yo misma necesitaba escucharlo para sanar, liberar y sonreír de alegría por estar viviendo este proceso en la seguridad e intimidad de nuestro hogar.

Hubo un momento en que ya no podía pensar bien, intenté hablar en voz alta y no me salió la palabra. Esperé una contracción y con la energía que me dejó, me apoyé firme con mis manos en el mueble, respiré y dije – “Roberto”- pero sólo salió como un susurro. Me costaba hablar, la oxitocina amorosa estaba haciendo lo suyo ¡Placer! Respiré profundo, me concentré y dije –“Roberto… llama a la Maca”-. Me saqué la ropa, me puse camisa de dormir y me volví a meter en ese espacio sin tiempo, lleno de vaivenes, explosiones y sonrisas en la oscuridad.

No sé cuando tiempo pasó. No sé en qué momento llegó, ni menos la hora que era. Sólo de pronto la vi, en un momento en que dejé el apoyo del mueble para buscar agua. Ahí estaba la Maca, mi doula, ahí me la encontré en la oscuridad de la pieza mientras corría la estufa y cerraba la puerta. Seguí recibiendo las contracciones, aun no dolían. En algún momento te dije en mi interior –“Nos debe faltar un buen trecho, tu sigue empujando y yo me sigo abriendo para ti, sigamos”-. Recuerdo haberme apoyado en el sillón y al abrir las piernas, para seguir el vaivén que la contracción hacía para abajo, la Maca masajeó el final de mi columna. Me molestó el toque –“No. No me toques”- dije firme. Eso no me hacía sentir bien y lo había expresado con certeza ¡Poderosa!

Seguí apoyada en el sillón otro espacio sin tiempo. Se me empezaron a cansar las piernas. Me recosté hacia el lado, pero así no podía abrir las piernas como me gustaba en cada contracción. Me tiré en el suelo de lado, la alfombra era acogedora, y subí una pierna sobre el sillón, ahí quedaba abierta como me gustaba. Pero algo no estaba bien, sentía inquietud en el ambiente, movimientos, susurros, sonidos. La Maca entra a la pieza y me dice –“Roberto salió a comprar velas, vuelve en un ratito”-. Seguía sintiendo esa inquietud, las contracciones empezaron a ser poco agradables, no me gustaban, me cansaban. –“Maca, me están empezando a doler, me molestan”- le dije concentrada para que me salieran las palabras. Ella me contestó –“Es que nosotros nos aceleramos, ahora Roberto salió un rato, yo me relajaré y volverás a estar tranquila de nuevo”-. Vino otro par de contracciones molestas, Y de un momento a otro me encontré pensando en las mujeres de mi linaje y diciéndoles en mi interior –“Las necesito ahora, a todas, a las que parieron y a las que no”-. La siguiente contracción ya no fue incómoda, pero tampoco fue placentera. Me paré, tomé varios cojines e hice una torre en el suelo.

La torre de cojines quedó perfecta en altura, me puse en cuatro patas y apoyé mis brazos y mi cabeza sobre la torre. Las contracciones volvieron a tomar el vaivén rico y energizante. Sonreí de placer. Me dejé llevar por la tranqulidad.

Desperté de un sueño profundo, abrí los ojos en la oscuridad de la pieza, seguía apoyada en la torre de cojines y estaba toda babeada. ¡Dormí! Si, dormí tan profundo que me llegó a correr la saliva. El vaivén de cada contracción seguía ahí muy sutil, pero en el espacio entre una y otra, no podía cerrar mi vagina si lo intentaba. ¡Se estaba tan rico! ¡Con esa sensación de querer dormir después de hacer el amor!

La Maca me dice dos veces que tiene el agua lista y pregunta si quiero ir. A la segunda vez, y con mucho esfuerzo, recién le entendí a que se refería. Me ofrecía la tina. Caminé hacia el baño, me saqué la camisa de dormir y me metí al agua. El agua tibia ¡Un placer!. Comenzaron a venir las contracciones más seguidas. Mis sensaciones eran más intensas. Estaba sola en mi baño, en mi tina. Sin darme cuenta me encontré tocando mi clítoris ¡Si, me lo estaba pasando bien en esa intimidad! Sonreí, en mi interior agradecí ser mujer para vivir esta experiencia y te agradecí que me eligieras como tu madre. Recibí otra exquisita contracción, te hablé en voz alta –“Sigue bajando hijo, ven pronto”-. Me metí los dedos dentro de mi vagina y ahí estabas. Tocaba tu cabeza al fondo. ¡Esto era la gloria!

Sentí el agua fría. Me asusté por eso –“No me puedo enfriar”- pensé. Llamé a la Maca, llamé a tu papá. Pero no vinieron. En realidad ahora dudo que el llamado saliera de mi boca. –“No vienen, no me puedo enfriar”-. Esperé que pasara una contracción poderosa, me enderecé saqué el tapón de la tina, di el agua caliente y comencé a hacer el cambio del agua. –“Soy yo la que tiene que parir, solo nos necesitamos tú y yo”- te dije mi interior. ¡Poder absoluto! Y pasé el umbral de lo que podía quedar de miedo al parto. ¡Era el placer máximo vivido en mi vida!. Las contracciones comenzaron a venir una tras otra, no había dolor, no había molestia, pero no había descanso. Seguía silenciosa en esa poderosa seguidilla de explosiones en mi cuerpo.

Entró la Maca, dijo algo que no recuerdo y volvió a salir. Cuando volvió a entrar una fuerza indescriptible se había adueñado de mí, me hacía pujar como jamás podría hacerlo de manera intencional, una fuerza que me hacía pujar desde mi coronilla hasta mi vagina. Te sentía, tú estabas ahí, en la mitad de mi cuerpo, en tu canal, en tu camino. ¿Cuándo vendría el dolor? ¿Cuánto rato u horas faltarían para conocernos? El agua me quemaba, saqué medio cuerpo afuera, me apoyé en la Maca y le pregunté –“¿Cuánto falta Maca?”-. Ella me contestó –“Falta poquito”-.

Y la fuerza se adueñó de mi cuerpo, no era yo la que pujaba, era mi cuerpo que se mandaba solo y ejercía una energía inconmensurable. Atravesaste, te sentí pasar rápido. Sabía que tu cabeza estaba asomada. No alcancé a tocarte con mis manos. Otro pujo involuntario vino con fuerza. Moví mi pierna hacia un costado, medio cuerpo afuera afirmada en el brazo de la Maca ¡Y saliste! ¡Ahí estabas! Te tomé y me eché hacia atrás en la tina ¡Te tenía en mis brazos! ¡El éxtasis, la felicidad y el amor absoluto!

En absoluta oscuridad te sostenía, sentía tu tibieza. El mundo estaba detenido para mí. Entró tu papá, me besó, te tocó la espalda. –“Lo hice mi amor, lo hice, parí a nuestro hijo… lo disfruté, nunca hubo dolor”- le dije extasiada, jamás he estado más en mi que en ese instante. Prendieron una vela y te vimos en la penumbra… bello, perfecto, lleno de amor.
Quise salir de la tina para que no te enfriaras, me puse de pie y salí contigo aferrado a mi cuerpo. –“Afírmenme por si me desmayo, aunque no creo”- les dije. Estaba tan consciente, tan plena, tan atenta a ti.

Cuando llegamos al nidito que armaron junto al calefactor en el suelo de la pieza, la placenta se escurrió de mi cuerpo entre mis piernas, sin preámbulos, no sentí contracción, ni molestia, solo cayó y dije –“Salió la placenta”-. Me acosté sin soltarte, nos acomodamos y nos arroparon. ¡Qué instante divino!. Tú papá se puso junto a nosotros y nos miramos por un tiempo que fueron nuestra eternidad.

Entró el Emiliano, nuestro gineco-obstetra. Me pregunto –“¿Cómo estás?”-. Le contesté –“Estoy bien, estamos bien. Me siento tan bien”-. ¡Jamás en la vida me he sentido más saludable que en ese momento hijo mío!.

La Maca y el Emiliano salieron y nos dejaron a los tres solos. Te miramos, te sentimos, nos besamos, iniciamos lactancia, hiciste caca. Nos disfrutamos en la calma y en la confianza que sólo te da estar en tu hogar. Transmitías quietud, resolución, certeza y paz.

Al rato después, cuando ya dormías después de haber mamado, volvieron a entrar la Maca y el Emiliano. Él me dijo –“Te quiero mirar”-. Miró mi vulva alumbrando solo con una linterna. Mi periné estaba intacto. Luego, preguntó “¿Quién va a cortar el cordón?”, antes con tu papá ya habíamos decidido que lo cortaríamos. Desinfectó unas tijeras, se las pasó a tu papá, alumbró con la linterna y tu papá cortó el cordón. Guardaríamos nuestra placenta.

Luego, espontáneamente nos pusimos a conversar sobre lo vivido. Surgió lo que llamo “la sobremesa del parto”. Yo era un torbellino de energía, así que tenía mucho que contar sobre tu nacimiento silencioso, sin dolor y con reflejo de eyección. Y todos envueltos en esa atmósfera de amor, energía, penumbra, asombro y gratitud siguieron mis deseos de hablar, de reír, de regalonear, de recibirte. Tú dormías plácido, en calma y tibio.

Estábamos conversando cuando despertó tu hermana. Tu papá la fue a ver al dormitorio y le contó que habías nacido. Ella llegó en pura polera, esa noche había decidido dormir sin calzón… seguro sentía la fuerza del nacimiento y era su forma de vivir esa noche especial. Entró a la pieza con sus ojitos más grandes y abiertos que nunca, se acercó, te miró y te dijo –“Voy a buscar algo especial que te preparé”-. Volvió con un canastito en el que había reunido sonajeros y cascabeles –“Esto es para ti”- te dijo con sus ojitos brillantes. Se acostó junto a nosotros a mirarte y tocarte. ¡Que dicha verla como te miraba! ¡Todo fluía!

Alrededor de las 6.30 de la mañana, habías nacido a las 3.43, el Emiliano se fue sonriendo, respetuoso, su mirada decía mucho más de lo que expresaban sus palabras, sabía que había realizado una labor de guardaespaldas maravillosa, pero no terminaba de convencerse de la importancia vital de aquello. Nos pasamos a nuestra cama. Al rato se fue la Maca también, amorosa, diligente, sabia y sonriente se retiró con su mirada dispuesta. ¡Iba feliz!

Era un 25 de agosto y ahí estábamos los cuatro acostados en nuestra cama, en nuestro nido. Imposible dormir después de tanto, estábamos en la cima de la ola de oxitocina. Ya estabas en mis brazos después de nacer gracias al amor y a la seguridad entregada por nuestros guardianes. ¡Divino y poderoso amor que transformó mi cuerpo y te hizo nacer! Era verdad, sólo hacía falta amor para parirte con placer ¡Amor y sólo amor!


Nota: Quiero expresar un profundo agradecimiento a Blanca y a su hermosa familia por tener la bondad de compartir sus experiencias y parte de su intimidad.  Mil gracias Blanca por llenarnos de amor y de esperanzas!!
Paulina

martes, 27 de mayo de 2014

Reflexiones acerca del Aborto y la Maternidad

        
“Papa I know you're going to be upset 
'Cause I was always your little girl (…)
Papa don't preach, I'm in trouble deep
Madonna



Porque detrás de un aborto voluntario hay una maternidad negada de antemano...Me gustaría que ninguna mujer abortara, que ninguna tuviera que tomar una decisión tan difícil, de violentar su cuerpo y su naturaleza y en muchos casos de violentar sus creencias. 

La presidenta Bachelet ha indicado en su mensaje del 21 de mayo que enviará el proyecto de ley sobre la despenalización del aborto en tres causales: riesgo de vida de la madre, violación o inviabilidad fetal. Inmediatamente los sectores más conservadores han reaccionado con mal gesto y pegándose con una piedra en el pecho y defendiendo la vida antes que cualquier cosa.  Con esto constatamos que en Chile ni siquiera se podría pensar en reflexionar acerca del aborto voluntario.   En torno a esto, ni siquiera podríamos hablar de libertades humanas y derechos a elegir sobre sí mismos. 

No es mi intención entrar a discutir acá quien fue primero si el huevo o la gallina, en términos de argumentar en qué momento se puede considerar un ser con vida a un embrión.  Estoy segura que habrá muchos argumentos, y quien puede decir cuál más acertado que otro, porque en sí es una discusión algo estéril: nunca hemos llegar a un consenso.  Y el tema que quiero plantear aquí no es ese, de hecho yo tengo profundas convicciones acerca del tema, pero no las podría hacer valer de una forma prepotente ante otra mujer que tendrá de seguro otras convicciones y circunstancias.  El tema que quiero tratar acá tiene que ver exactamente con eso, con la vida, y cuáles son las visiones que nosotros los seres humanos tenemos acerca de esa vida y de cómo gestionamos esa vida, y más detalladamente con la maternidad, que para mí, es donde se comienza la vida y que puede ser directamente determinante sobre la calidad de esta. 

Vivo en un país en el cual la sola idea de tener una ley que permita a una mujer poner fin a su embarazo de forma voluntaria causa escozor y gritos en los sectores más conservadores y en los lugares donde se tratan las leyes.  De hecho, desde hace algún tiempo se trata de poner en la palestra la sola posibilidad de interrumpir un embarazo por violación o por incompatibilidad con la vida del feto.  Muchos de los dirigentes políticos rasgan vestiduras y pueblan de embriones ideológicos y religiosos, y defendiendo la vida de un feto, por sobre la vida y la calidad de vida de todos los seres.  Los señores enarbolan horrores en torno al “asesinato” de un embrión fuera cual fuera la calidad de vida que este fuera a tener.  Se centran en esa vida, y jamás constatan que hay una madre que tiene una vida también.  Los mismos señores que no se inmutan con la desigualdad en la que crecen sus mismos hijos, los que tienen una alta calidad de vida, léase educación, salud, etc. frente a otros hijos que tienen una calidad de vida abrupta y escandalosamene menor sin gozar de los mismos recursos.  Aquellos mismos señores quieren hoy terminar por enterrar cualquier discusión en torno al aborto terapéutico o por violación.  The end.  En este país ni siquiera cabe la posibilidad de pensar que una mujer hecha y derecha puede determinar sobre su cuerpo y poner fin a un embarazo no deseado o no viable según sus circunstancias.  Al parecer estamos a años luz de ello.

Y en este punto pongo la reflexión: ¿Qué verdaderamente es un aborto? ¿Qué es lo que hace que verdaderamente una mujer llegue a tomar una decisión de tal envergadura en el caso de un aborto voluntario? porque estoy convencida que cualquier mujer saber en perfección que un aborto es una decisión durísima, tanto como enfrentar este mundo con un crío a cuestas y con todo en contra.  El  tema no es que exista un embarazo no deseado, y que la mujer no quiera ese niño,  es que de partida el entorno de la mujer no le permite sentir una maternidad viable.  He ahí que la mujer llega a esa decisión, porque creo que abortar debe ser la última decisión de la lista, luego de haber pasado y repasado todas las otras opciones que tiene y algunas mujeres de seguro tendrán muy pocas.

Vivimos un mundo en donde se castiga cruelmente la maternidad, porque sí, vivimos en un mundo que se castiga y se lapida cruelmente la maternidad, ¿Qué cómo digo eso? Pues pongamos ejemplos: cuando eres una adolescente y empiezas con tu vida sexual de forma normal, pues inmediatamente caerán muchas voces sobre ti que de partida harán lo posible por impedir  toda costa que te ‘acuestes’ con algún varón, o te tacharan todo deseo o enamoramiento con consignas tales como ‘te cagarás la vida con un crío’, (subrayemos ese ‘te cagarás’ por favor); o bien si estás en la universidad y se te olvidó la pastilla, lo primero que piensas es ‘no podré seguir estudiando o terminar mi carrera, (subrayemos ese ‘no podré’); si estás trabajando y decide llegar un bebé a tu vida inmediatamente recorre un miedo interno a que ‘te echen del trabajo’ y de hecho las que somos madres sabemos que cuando estamos trabajando y estamos embarazadas o tenemos hijos chicos pasamos a ser ciudadanas de segunda clase y mal miradas por todos los ‘ataos’ que empezamos a tener en el ámbito laboral. Ni hablar del rastro físico en tu cuerpo que deja el embarazo, si quedas un poco ‘rellenita’ o con rollitos, a no que atroz!, dejaste de ser la barbie que te exige la sociedad y todo por culpa de que… de tu maternidad, la maternidad esa que te ‘engordó’ y ‘deformó’. Hasta nosotras nos castigamos por la maternidad. La señal constante es ‘La maternidad te castra’.

Entonces ¿no son siempre punitivas las señales hacia la maternidad? Pues sí, pienso que en un mundo en donde ésta se idealiza con estampas de mamás con medidas corporales de 90-60-90, con cara de felicidad solamente para los días 10 mayo durante el día de la madre, en  un mundo en el que se pervierte y exacerba esa imagen de ‘madre perfecta’ solamente para vender y con fines netamente comerciales, y por el otro lado cuando las mujeres madres son, por poner un ejemplo, para los sistemas laborales ‘un problema sustancial’ pues sí: pienso y siento que se castiga de forma muy cruel el simple hecho de ser mamá.

Y con un sistema en tales circunstancias ¿cómo pretendemos que las mujeres con un embarazo no deseado no piensen inmediatamente en un aborto? Si con todas las señales que se nos da a las mujeres es a todas luces recontra difícil llevar un hijo en el vientre.  Cómo es que podemos pensar que solamente esa mujer es la que está decidiendo poner fin a su embarazo, cuando desde niña se le ha dicho que se cagará la vida con un hijo, y aunque ella tenga 30 años y tenga más conciencia, siempre en su inconsciente estará aquél mantra que le grabaron con fuego cuando era niña? ¿Cómo podemos creer que no tenemos nada que ver en esa decisión cuando fomentamos la desigualdad entre hombres y mujeres en lo laboral? ¿Cuál es nuestra responsabilidad como mujeres cuando tememos en extremo que nuestra niña-adolescente tenga relaciones y se quede embarazada sin haberle enseñado la importancia de la sexualidad y de la conciencia y el afecto necesario que se requiere para vivirla, si de seguro pensamos también que se cagará la vida?  Siento que la maternidad se nos ha prohibido desde siempre, y una mujer en circunstancias extremas sentirá que su embarazo no es viable gracias al entorno que la rodea y el entorno interno que lleva le dirá el mismo mantra que conocemos todas.

Para sentir que un embarazo no es deseado, desde las distintas circunstancias en que se dé, una mujer ha de tener una muy baja autoestima y unas condiciones extremas. En un mundo en el cual nuestro ser mujer solo se valida por la capacidad que tenemos de ‘atraer’ sexualmente a otros, solo nos queda por verificar que no somos sujetos sexuales, si no que objetos sexuales.  En un mundo donde nuestra valía sea por nuestra capacidad de trabajo en sistemas laborales rígidos también la maternidad sobra.  Nuestras bajas autoestimas siempre está buscando que nos acepten, que nos quieran, y con un hijo en el vientre o en los brazos, este hecho es un poco más difícil.  Justamente, esa baja autoestima solo nos permitirá en algunos de los casos,  tomar decisiones, más bien desafortunadas y con la idea pétrea de esta maternidad castradora solo nos queda una palabra en el diccionario. 

Creo profundamente y con el convencimiento máximo que la maternidad puede ser llena de gozo, de dicha y de placer, con todos los bemoles y escala de grises que de hecho existen y son parte de la maternidad, de la vida.  Para llegar a este grado de consciencia es necesario que nos sintamos mujeres protegidas, arropadas, contenidas y cuidadas por una sociedad completa.  En una situación en la cual nos quieren más bien ‘desarropadas’ es obvio que nuestra percepción de nosotras mismas sea hacia la vulnerabilidad y a la aceptación de que otros gobiernen nuestro cuerpo en lo físico, en lo sexual, en lo emocional.  Con esto sabemos de antemano que la condena por tu potencialidad de ser madre vendrá: por ser madre adolescente y soltera, por ser madre de muchos hijos, por ser madre que quiere estar cerca de esos hijos, por ser una madre que quiere trabajar, o por ser una madre que decidió poner fin a su embarazo. 

Cuando entendamos que la maternidad es un hecho trascendental, pleno y perfecto en la vida de una mujer, cuando entendamos que la conciencia y el afecto es un aspecto fundamental para enfrentar la sexualidad, cuando recobremos lo sagrado de la reflexión y de la comprensión de nosotros mismos y de lo sagrados que somos y que es cada ser humano en este mundo, cuando la información sea para todos y en libertad, cuando seamos capaces de conocer y entender verdaderamente lo que la vida significa e involucra, es cuando podremos extinguir de nuestro diccionario la palabra aborto.  Mientras siga esta en nuestro inventario de opciones, sería bueno que al menos las leyes acompañaran de una forma honesta y sin hipocresía aquellas mujeres que decidan ese camino, para que al menos ellas si tuvieran una garantía de salvar su vida.  El aborto no es legal o ilegal, simplemente ES, como tantas otras cosas.  Sería bueno pensar al menos en salvar o buscar la garantía de que al menos esa intervención sea cuidada y en condiciones de salubridad óptimas, ya que como dicen por ahí las mujeres seguirán abortando igual, las ricas en clínicas privadas y clandestinas, y las pobres en cualquier mesa de cocina. 


sábado, 17 de mayo de 2014

Un relato de lactancia: la historia de Paula

Creo que detrás de cada niño mamando hay una gran madre, una mujer que ha pasado más de algún mal rato y se ha angustiado enormemente. Pero sobre todo, detrás de un niño mamando hay una historia de amor, de lucha, de constancia, de crecimiento personal, de confianza y de poder femenino.  Me gustan las historias de lactancia porque nos ayuda a sentir que no estamos solas, que nos somos únicas ni que estamos dementes. Las historias de lactancia son siempre historias de mamíferos amándose, que pueden terminar en lactancias exclusivas, lactancias mixtas o bien en mamaderas, pero son luchas que han merecido las medallas por las que valen la pena lucharlas hasta el final, pues si existe afecto, cariño y respeto de por medio la derrota no es una opción de ningún modo.

Les dejo a continuación la historia de Paula y de su pequeño, una historia inspiradora...

La historia de Paula

En esta foto estamos mi pequeño y yo después de su siesta hoy. Llevamos 1 año y 10 meses de lactancia, muy difícil en sus comienzos, pero rescatada. No suelo hablar de mi vida personal ni experiencias propias en mi perfil de facebook, pero hoy me encuentro reflexiva y flexible, y quiero contarles el logro más grande de mi vida.

De mi historia con mi lactancia puedo contarles que empezó como nadie lo desea... tengo una reducción de mamas hecha en el 2007.  Según mis investigaciones, durante dicha reducción se cortaron algunos nervios, que impedian la comunicación entre mi cerebro y mi pecho. Por ese motivo se me volvió muy difícil establecer una lactancia. Pezones rotos, literalmente, cayéndose a trozos, dolor infernal, casi como el "casi parto" que tuve (fue cesárea al final).

Debido a la desinformación, poco apoyo, presión de mi entorno, falta de confianza y  cuestionamiento por parte de terceros de mi poder como madre, las mil y una voces que tenemos que oír, momentos muy duros durante mi postparto, hicieron que este hermoso placer tambaleara peligrosamente. Estos momentos hicieron que mi vida y mi mente estuvieran más dedicadas a espantar las malas energías que me rodeaban, y no a dedicarme a establecer el vinculo con mi hijo con una lactancia exitosa y un postparto de ensueño, como tenía que ser.

 Mi pequeño nació con 4,300k y desde el 2do. día de hospital ya nos empezaron introducir el  famoso “relleno”, preocuados por su bajada de peso a 3,890k, igualmente seguía siendo un bebé grande, pero eso de alguna manera les alertaba, sin tener en cuenta que todo bebé suele bajar de peso a los pocos días de nacer, sin tener en cuenta que ya de por sí era un bebé grande, sin recordar que este peso se iría recuperando poco a poco con el pasar de las semanas.

Salimos del hospital ya con lactancia mixta, biberones en botellita ya preparados, muy práctico invento de la casa Nestlé, una lactancia mixta promovida e impulsada por las comadronas y enfermeras del hospital, en lugar de sentarse a mi lado a observar e intentar ayudar a una madre recién parida, perdida y confundida por los mensajes sobre un bebé que bajaba de peso, mi bebé.

Llegamos a casa y continuamos con lactancia mixta unos cuantos meses más, la mala costumbre y presión de mi entorno comparando a mi hijo con el nieto de la vecina, el nieto de la amiga, la sobrina de la mujer de la tienda o la ahijada de la que atiende en el mercado, me hacía llevar a pesar a mi hijo casi cada día, porque según sus ojos súper analíticos y expertos en nutrición infantil y lactancia, mi niño estaba desnutrido, muy flaco, no comía, mi leche era mala y no le alimentaba! solo porque no tenia rollitos en las rodillas ni en los codos...como los bebés de las fotos de revista.  Y allí iba yo, corriendo a la farmacia, desorientada, desesperada, derrotada, como un alma en pena, iba a pesarle, y a respirar hondo cada vez que me decían que ganaba 200gr, o 180gr o solo 100gr, y me repetía a mi misma, ha engordado, ha engordado! Y después, loca de mi, dando explicaciones a todo ser humano que me miraba cuestionando mi deseo y derecho de darle pecho a mi bebé. Nadie entendía que mi hijo no era un bebé gordo, ni que tampoco lo sería, mi hijo era un bebé largo, muy largo, con su cuerpecito hermoso, entallado, llenito de amor.

Mis ganas de establecer mi lactancia exclusiva iba más allá que cualquier obstáculo. Para mi, cada mes que pasaba era un logro, un mes más, desafiando las predicciones de todo el mundo a mi alrededor, de los mil textos que leía, que me decían que con el biberón mi hijo no querría mi teta, que se olvidaría de succionar, que se confundiría entre el pezón y la tetina, y mil mensajes que resumian un “ya verás”, llegará el día en que no te reciba la teta, ya verás, ya verás, ya verás!!!! Y no fue así.   Cuando mi hijo cumplió 5 meses, cuando encontré mi paz, mi tranquilidad, mi estabilidad, mi esencia de mujer, de mamífera, pude despedir los biberones y las leches de formula de mi vida, puede guardar todo lo plástico que entró en mi casa, esconderlo, en el rincón más profundo de mi hogar, para no verlo más, ni yo, ni mi hijo, como si se tratara de un vicio peligroso, al que si vuelves a ver volverías a caer.  Y así fue como me armé de valor y confianza y pasamos un día sin biberón, y el siguiente, y el siguiente, y así una semana, y dos, y un mes en donde lo único que alimentaba a mi hijo era yo, mi leche, mi vida, mis brazos, mi corazón, mi alma, mi inmensa alegría... Por fin pude adueñarme de la maternidad que me estaban robando los fantasmas de las dudas y las voces que no paraban de retumbar y opinar, y criticar, y mal entender mi mal llamada “obsesión”. Por fin, YO PUDE SER YO, la mamá de mi hijo, su fuente de alimento.

Desde entonces, mi pequeño recibe de mi mucho más, y hoy en día, valoro mi lactancia más que cualquier otra cosa en mi vida. Es sagrada. Ha sido la lucha más hermosa y satisfactoria que he podido lograr, que he podido ganar, es mi orgullo, sacarme la teta, es mi orgullo oír a mi hijo decirme que quiere teta, es mi teta, es su teta. Por esto, cada vez que alguien hace alusión a cuándo dejará de tomar teta, que hasta cuándo dejará de despertarme a la madrugada para mamar,  que hasta cuándo dejará de pedir teta en la calle, en la casa,  en el baño, en la piscina, en el parque, que hasta qué edad...o simplemente mensajes directos a él diciéndole que debe dejar dormir a la mamá, que ya es un niño grande y tiene que dormir seguido sin molestar a la mamá para pedirle teta, y entonces es ahí cuando me tocan lo más profundo de mi ser, de mi orgullo, y pienso en ese día, en el día del destete, un dia que desearía que nunca llegara, pero cuando llegue será porque mi hijo tome la decisión y él mismo sea el que diga que no quiere más, y sea él y solo él quien escoja su nuevo vinculo conmigo. Habrá crecido, habrá madurado, sus necesidades habrán cambiado.

NO ME TOQUEN MI LACTANCIA, QUE ME HA COSTADO SANGRE, SUDOR Y MUCHAS, MUCHAS LAGRIMAS.

Tu también lo puedes lograr... si quieres, puedes!
Gracias por leerme hasta el final... una historia que nunca había escrito... y que sana ...



(Paula es doula y si quieres contactarla puede hacerlo a su mail: doulapaula@gmail.com o perfil de Facebook )

martes, 1 de abril de 2014

El tejido y la maternidad





La primera estampa que viene a mi cabeza cuando hablo de tejido y maternidad es la figura romántica de la madre tejiendo escarpines en la dulce espera de su embarazo. En mi experiencia personal, puedo decir que en cierto momento de mi post parto el tejido prácticamente me salvó la vida. En medio de la confusión de los primeros días del puerperio cada punto aliviaba en gran medida mi angustia de primeriza.  Hoy asisto a una conferencia que da Michel Odent en Santiago en la cual hablará acerca del fenómeno doula a nivel mundial.  La cita se inicia y todos los presentes tejen en silencio durante 10 minutos.  Al parecer, el tejido tiene muchísimo que ver con la maternidad.

A mí me enseñaron a tejer mis abuelas y mi madre desde siempre y de ellas heredé el gusto por las texturas de las lanas y sus colores.  En mi casa siempre hubo ovillos, palillos y crochet.  Recuerdo empezar a tejer desde muy niña y afortunadamente recuerdo siempre haberme interesado mucho por tejer.  Con el tiempo hice de esta actividad un verdadero hábito en mi vida. Hoy sé que este hábito ha estado siempre presente a lo largo de mi niñez, adolescencia y que me ha acompañado en varios procesos de mi vida adulta.  En especial,  recuerdo mis primeros días de madre, cuando estrenaba todo aquel caos inicial que implica cambiar la vida con la llegada de un pequeño a casa.  Tiempos aquellos de sensaciones tan extrañas como intensas, de recorridos internos, de tramas desconocidas.  Estaciones llenas de hallazgos, paisajes y pantanos internos. Marañas y enredos.  Nuestra habitación en ese entonces era pequeña, con muy poco espacio donde deambular.  Recuerdo sentir la necesidad de centrarme en mí y solo en mí, claro, es a lo que siempre estuve acostumbrada.  Manuel con su llanto me recordaba claramente que ya mi individualidad no existía más o existía de otro modo. Tenía que descubrirlo. Y ese hecho por un lado me llenaba de una amable sustancia que me embriagaba de dulces sensaciones y me hacía sentir que el primer y último objetivo de mi existencia era  ser madre.  Y por otro lado se me aparecían cavernas oscuras llenas de telarañas llenándome de miedo y soledad, de un frío intenso que me encadenaba a paradigmas que yo no quería aceptar.  En medio de esa dicotomía emocional recuerdo de forma casi inconsciente tomar un crochet y ponerme a tejer.  Este simple acto fue para mí un bálsamo tranquilizante que me otorgó fuerzas internas para no desfallecer y hacer grandes descubrimientos. Desde ese entonces, en el respaldo de mi cama, no falta una bolsita colgada con lana y un crochet.

Según el planteamiento que hace el afamado médico francés defensor y promotor del parto natural y mamífero, Michel Odent, el tejido representa una escena apacible mediante la cual el cerebro mantiene una baja producción de adrenalina o la hormona del miedo que secretamos en momentos de estrés.  La imagen de la doula o acompañante de una mujer en la labor de parto rememora un acompañamiento apacible, sin perturbaciones o intervenciones, sin juicios, protegido solamente por la tranquilizadora presencia, a una cierta distancia, de la mujer que teje en silencio con una cadencia regular del tejido. Esta actividad tiende a facilitar un estado meditativo en un terreno neutral.  Este estado de tranquilidad permite que la mujer que va a parir pueda desconectar su neocortex o su cerebro pensante y seguir el proceso natural que dicta su cuerpo y el de su bebé.  Hoy por hoy, gracias a esta imagen siento que el tejido tiene muchísimo más alcances además. La actividad de tejer tiene mucho que ver con la creatividad y las figuras más asociadas al él y a su estado contemplativo son las mujeres. Son ellas quienes con su poderío vital van enlazando rítmicamente punto por punto la urdiembre de la vida, dando armonía a los tejidos de su vientre, promoviendo la protección, el abrigo y el cuidado de los otros. La imagen materna trenzando la eternidad universal en un elevado estado de recogimiento acompañada por otra mujer que teje cercana a ella. 

Vuelvo a recordar aquellos primeros días del puerperio enmarañados.  Siento a veces nostalgia y orgullo. Mi estado interno me guió a tomar y hacer una tarea repetitiva, como es tejer.  Sin saber que esta simple actividad me ayudó a mantener el nivel de adrenalina lo más bajo posible. Hoy aprendo que científicos demuestran cuan contagiosa es la liberación de adrenalina y lo inhibidora que puede ser es esta de su hormona opuesta: la oxitocina u hormona del amor.  Cuando una se convierte en madre y devienen los cambios, una se siente en la montaña rusa y muchas veces la angustia y el temor se hacen presentes.  Hay que proteger mucho a una madre en sus primeros días de post parto. El tejido reduce los niveles de tensión y estrés, ayuda a la recuperación mental y física luego de una intensa labor, promueve la tranquilidad y el buen humor, aporta claridad en los pensamientos y sentimientos. El tejido permite que la oxitocina que es una hormona tímida se haga presente.  Dejar que mi parte más creativa se desenvolviera en un momento de intensidad emocional me dio mucha satisfacción personal y mejoró mi autoestima.  Terminar bufandas o mantas te hace sentir una verdadera artista lo que hace que tu comunicación con otros pueda desplegarse.  Sentí como mi ser interno innato se manifestó y permití que mis temores se apaciguaran y me inundaron sensaciones agradables. Si bien mi tiempo libre era prácticamente escaso en aquellos momentos, aunque fueran 5 minutos de tejido eran gloriosos. Para mi tejer es algo así como vivir el éxtasis y encontrar nuestros propios caminos, tal cual lo es ser madre.  Porque ser madre es lo mismo que tejer, creas vida, hilas y tomas los tejidos del espíritu desenredando nudos y traspasando obstáculos, entrelazando tus días con los de tus hijos y los del resto de la familia.  Y en esta urdiembre lentamente va creciendo tu lienzo en coherencia con el poder interno, que en mi caso, alguna vez pensé no tener, pero que hoy se manifiesta en la obstinación que he puesto en reflexionar mi maternidad, aceptar mis contradicciones y  por convertirme en doula.

El tejido hoy en mi vida representa un urdir de vivencias que dan consecuencia a mi verdad.  Esta actividad me ha acompañado durante toda la vida: mis abuelas y mi madre me enseñaron a tejer y con ellas confirmé mi ser hija y ser parte de un linaje;  el tejido acudió en mi ayuda cuando necesité centrarme y eliminar mis miedos y angustias durante el postparto.  Hoy viene y reafirma en mi la vocación intensa por ser doula y acompañar a otras mujeres en su camino hacia y en la maternidad.  Tejiendo confirmo mi necesidad intensa de ayudar a otras mujeres a encontrar ese poder interno que llevamos todas las mujeres dentro y que por ciertos condicionamientos creemos que no tenemos.  Punto por punto voy descubriendo hoy que la comunión con uno mismo que se produce cuando se teje, va abriendo caminos internos, va desenredando obstáculos. El tejido va creando una gran manta vital indestructible que puede cubrirnos, protegernos, acunarnos, contenernos.  Según Michel Odent las necesidades básicas en una mujer en labor de parto son el silencio, la oscuridad y la seguridad de no sentirse observada.  Entonces pienso yo, porque no tejer nosotras mismas una manta preciosa para cubrirnos y sentirnos en silencio, protegidas y seguras, para poder parir no solo a nuestros hijos, sino nuestra creatividad y nuestro ser esencial lleno de verdad, sea cual sea nuestra circunstancia.  Así, en una máxima intimidad, cubiertas por un lienzo hecho con nuestras manos que apacigüe todos nuestros miedos, podremos dar a luz lo mejor de nostras y convertirnos en madres de la mejor obra de arte que representa nuestra propia vida.


Y en el camino seguimos tejiendo…

Este texto aparece en la Revista Oxitocina (Recomendada!) 

miércoles, 5 de febrero de 2014

Acceso a la conciencia del poder femenino



He estado algo ausente estos últimos tiempos, lo se.  Y la verdad es que me llama mucho ponerme a escribir pero hay tanto que hacer que el valioso tiempo de escritura y reflexión se ha visto un tanto mermado.  Sin embargo, entre tanto movimiento también se me ha dado el recogimiento, el descanso en madriguera, la observación a cierta distancia.  Han sido tiempos de cambios intensos, de movimientos internos enormes, de traslados y reacomodamientos.  Todo se mueve,  se renueva, cambia de lugar y una siente que crece, o al menos se enriquece.  Tener la capacidad de estar en pausa y observar la vida como transcurre es verdaderamente maravilloso.  Sentir y tan solo poder sonreir por sentir la vida de uno es a lo que yo llamo vida. 


Por lo pronto, me gustaría compartir algunos extractos de un excelente libro de la Dra. Christiane Northrup que se llama Madres e Hijas, Sabiduría para una relación que dura toda la vida.


ACCESO AL PODER DE LA CONCIENCIA

La conciencia, que trabaja mediante las leyes de la naturaleza y en unión con ellas, genera y sostiene nuestro cuerpo desde el principio a fin de nuestra vida.  Para tener el máximo acceso a nuestra capacidad de mantener o conseguir la salud y la felicidad óptimas, necesitamos reconocer, aprovechar y acceder al poder contenido en esta conciencia.  Hemos de aprender a usar consciente y hábilmente ese poder en cada fase de nuestro viaje vital. 

Tradicionalmente, la posesión y el uso del poder ha sido asunto problemático para las mujeres, así que quiero dejar claro lo que pretendo decir cuando hablo de poder femenino.

La ciencia define el poder como la energía necesaria para hacer un trabajo o cambiar la materia de un estado a otro, como, por ejemplo, convertir el agua en vapor o levantar una piedra.  Es decir, el poder es la energía necesaria para hacer algo que ocurra.

Las culturas orientales, particular, las enseñanzas del taoísmo, dividen el poder en dos tipos: yin y yang. El poder yang es en el que piensan la mayoría de los occidentales cuando se oye la palabra “poder”; se mueve activa e intencionadamente hacia un objetivo en el mundo externo; usamos poder yang para pisar el acelerador y lanzarnos hacia nuestros objetivos.  El poder yang se asocia con la masculinidad.  Cuando no está equilibrado por su opuesto, el poder yin, el poder yang se convierte en una fuerza que se usa para controlar y dominar a otros. Un exceso de poder yang en una persona lleva a una estimulación excesiva del sistema nervioso simpático y una sobreproducción de las hormonas del estrés, lo que conduce a trabajar en exceso, provocando agotamiento y enfermedad crónica.

El poder yin por su parte es el poder de la expectación y la fe.  Usamos el poder yin para cambiar nuestra mentalidad o creencias, para ser más capaces de atraer lo que deseamos. El poder yin sabe cómo y cuándo esperar y refrenarse.  Sabe que a veces la mejor acción es no hacer nada.  La esencia del poder yin es saber que no se puede forzar un cultivo de ningún tipo sin comprometer su calidad y cantidad.  El poder yin es el poder del óvulo que envía una señal al espermatozoide y luego se sienta a esperar que este venga.  Es también el poder que hacer germinar la semilla en la oscuridad. El poder yin se asocia a la feminidad. Un exceso de poder yin es causa de pasividad y dependencia en la vida y en las relaciones. A menos que se equilibre con poder yang, puede llevar al letargo, falta de motivación e iniciativa, y estancamiento.

En lo que yo llamo poder femenino están integrados el yin y el yang.  Al evaluar mi vida he encontrado útil pensar que este poder está dividido en cinco facetas diferentes, todas interrelacionadas sin solución de continuidad.  Nuestra madre nos proporciona el andamiaje básico para saber usar las cinco facetas de poder en la vida.  Es nuestra tarea remodelar este andamiaje para adaptarlo a nuestra finalidad única del alma, examinando y poniendo al día nuestras creencias y comportamientos en cada aspecto.  

Christiane Northrup
Madres e Hijas, Sabiduría para una relación que dura toda la vida
P. 46


domingo, 22 de diciembre de 2013

Navidad, canciones de cuna y tiempo de maternidad

Virgen de la Leche de Miguel Jacinto Melendez

“(…) José partió en búsqueda de una partera.  Cuando regresó Jesús ya había nacido.  Cuando la deslumbrante luz se atenuó la partera se encontró ante una escena increíble. Jesús ya había encontrado el pecho de su madre! La comadrona exclamó entonces: ‘¿Quién ha visto jamás a un niño que apenas nacido tome el pecho de su madre?’ Es el signo evidente que este niño al convertirse en hombre, un día juzgará según el Amor y no según la Ley!”(*)

Si he sido noche, fueron las noches de mis bebés las que me hicieron ser noche. Y durante esa noche nació el niño en el portal de Belén. Hoy me regocija decir que la mayoría de esas noches fueron al son de canciones de navidad, porque yo en pleno mayo y octubre canté mil canciones de navidad. Las imágenes del pesebre, los animalitos, María subida en un burrito en labor de parto evocan en mí una sensación de protección y calma, una sensación de noche de paz y noche de amor.  Los villancicos fueron las primeras palabras que nacieron de mi boca cuando el llanto de mis bebés llenaba aquellas noches y la destemplanza hacía que me perdiera en mis propias noches y descubría la inmensa niña recién nacida que aún era yo.  El tiempo de navidad era para esa niña una estancia llena de magia, calma, calor, de ese sentido profundo y contenedor que durante toda mi niñez siempre le otorgué al nacimiento del niño Jesús. Decidí llenar mi sombra con aquellas dulces melodías que fueron elixires de yerbas buenas sanadoras.  Lo fueron para mí y para mis niños. Creo que nacimos nuevamente en el Portal de Belén.  

Mis canciones de cuna entonces llenaron cualquier mes del año y el cantarlas aún llena mi casa de una calma mística. Invocamos siempre el nacimiento de ese niño que es un símbolo invariable de esperanza para la humanidad entera.  Mis dos estrellas se duermen fácilmente cuando cantamos todos –porque ahora en casa cantamos todos a aquel niño.  Y para mí el simple hecho de evocar la imagen de su nacimiento me enternece completamente y se me llena de emoción la garganta y de lágrimas los ojos.  Pues si hay una imagen más clara de lo que es ser madre y nacer, para mí es la de María teniendo a su hijo en el acto más maravilloso de parir en un pesebre, con  ninguna otra contención más que la presencia de otros mamíferos, las estrellas y el calor de la paja.  La sencillez de un hogar, la modestia de una familia y el parto de una mujer y nacimiento de un ser humano en la forma más simple es la escena más potente que todos debiéramos interpretar como la verdadera felicidad. ¿Qué pasaría si todos pudiéramos vivir nuestros nacimientos, los propios y los de nuestros hijos, de esa manera? La grandeza de las enseñanzas de Jesús radica en otorgarnos a cada uno la potencialidad de ser como él.

 (…) En seguida, Jesús comenzó a mover la cabeza, a veces hacia la derecha, otras a la izquierda y, finalmente, a abrir la boca en forma de O. Guiado por el sentido del olfato, se acercaba cada vez más al pezón. María, que aun se encontraba dentro de un equilibrio hormonal particular, y por ello muy instintiva, sabía perfectamente cómo sostener a su bebé e hizo los movimientos necesarios para ayudarlo a encontrar el pecho. Fue así como Jesús y María transgredieron las reglas establecidas por los neocórtex de la comunidad humana. Jesús –un rebelde pacífico desafiando toda convención- había sido iniciado por su madre. (*)

(…) La noche siguiente, María durmió un sueño ligero. Estaba vigilante, protectora y preocupada de satisfacer las necesidades de la más preciosa de las criaturas terrestres. Los días siguientes, María aprendió a sentir cuándo su bebé tenía necesidad de ser mecido. Había tal acuerdo entre ellos que ella sabía perfectamente adaptar el ritmo del balanceo a la demanda del bebé. Siempre meciéndolo, María se puso a canturrear unas melodías a las que agregó algunas palabras. Como millones de otras madres antes que ella, María descubrió así las canciones de cuna.(*)

Las risas de mis hijos  me enseñaron a ser risa, y sus besos me convierten en besos una y otra vez.  La maternidad me inunda como un río lleno de vida plena que me es regalado por las estrellas, por las millones de estrellas de Belén que siento que me cubren.  Y mientras canto campanas de Belén  como en un trance me lleno de calma y dicha.  Revivo inmediatamente el momento como si yo misma estuviera naciendo en un pesebre en el calor de mi madre.  Me regocijo en la navidad que nos recuerda el nacimiento de Jesús como hijo y el nacimiento de María como madre.  Contemplando la imagen aquella del pesebre, me percato que reza en cada uno de nosotros la potencialidad certera que tenemos de conectar con nuestro interior más humilde y más sencillo. La posibilidad de desarrollar los valores más sencillos del ser humanos como los desarrolló Jesús, cómo los desarrolló María están en nuestras manos. La Navidad se vuelve una instancia en la cual podemos rescatar nuestra esperanza y parir nuevamente, así de la forma más sencilla y humilde, el amor que cada ser humano lleva dentro como leche para alimentar.  Exactamente como cuando parimos a nuestros hijos. Porque la Navidad puede ser en cualquier época del año y el hogar nuestro pesebre permanente. Porque nuestros hijos y el amor por ellos son la estrella que seguimos siempre con una canción de navidad de fondo. Y ellos, por supuesto, son todos nuestros grandes maestros. Y si lo queremos ver el camino que lleva a Belén  siempre puede estar en nuestros pies.


(*) Nueva mirada sobre la Navidad, La cientificación del amor, Michel Odent, Editorial Creavida: Bs. As, 2001. Pág. 130-131-132.