martes, 6 de noviembre de 2012

Mis partos y yo

Desde que tengo memoria, en mi memoria de niña,  creo que el dolor al parto es uno de los miedos más incrustados en mi adn.  Los relatos de mi madre y sus partos ayudaron bastante a sellar en mi piel aquel fantasma temible.  Nací mediante una cesárea urgente, luego de horas de labor de parto en una clínica, con peligro de ruptura del útero, y un tajo que rasguño mi frente antes de que yo viera la luz externa.  La desesperación de mi madre fue mayor cuando le dijeron que venía con un pie curvado hacia adentro y de seguro, sin preguntarle, cuando nos separaron por horas hasta que los médicos decidieran.  Quizás en algún momento preferí dejar deshabitado totalmente el cuarto oscuro del parto en mi esencia y la razón hoy me parece obvia.  Y  bueno, luego vino la cultura, terminándose así de inscribir en mi mente que el proceso del parto se entrega la medicalización por sobre la naturaleza, estandarizándome de esa forma para cuando me llegara la hora de parir. 

Así desde que nací vi el mundo cruzado por el paternalismo de una cultura que pretende  que seas mansa y obediente en todo orden, y especialmente a la hora de tener hijos.  Porque así te conviertes en una buena mujer, una mujer que no cuestiona nada y que entrega todo sus procesos al resto.  Que tu embarazo se lo entregas al ginecólogo y él decide cuando nace tu hijo.  Me temo que desde niñas poco a poco nos enseñan el miedo, y con él nos van despojando de nuestros deseos y de nuestra naturaleza.  Ya en la adolescencia te miran con lástima cuando viene tu menarquia, luego cuando comienzas a enamorarte antes de cualquier otra cosa te enseñan a que el embarazo puede “arruinar tu vida”. Luego estudias y buscas una profesión y creces en el ámbito profesional con el mismo miedo al embarazo porque ahora puede seguir “la ruina” de tu carrera o de tus proyectos personales.  Cuando entras a un buen trabajo sigues postergando tu maternidad por que el miedo te da alguna nueva justificación, y el miedo a estas alturas ha cambiado de disfraz más de mil veces.  Cuando llega el momento en que quedas embarazada, dentro de las primeras emociones que vienen a ti está el miedo. Y casi en penumbras comienzas a darte cuenta que nunca habías decidido habitarte internamente, vivir en tu ser más esencial y femenino que te llama a gritos y se te planta  hoy en frente.  Cuando das el paso, tu vida cambia radicalmente, pero el miedo una vez más aparece con nuevo traje.

El miedo al dolor del parto es uno de los tantos disfraces del miedo que nos insertan desde niñas, para mi gusto una artimaña más para que te alejes de ti misma, de tu ser interior y por ende de tu poder.  Nuestra cultura vive el dolor como algo detestable y buscan eliminarlo de cualquier modo y a costa de cualquier cosa.  Jamás te muestran que el dolor es parte de la vida, un proceso integrado a esto de vivir, un sentimiento que acompaña casi siempre un crecimiento, un sentimiento muy humano.  Tan despreciado él y tan parte de nosotros como la noche dentro de un día.  Eliminarlo y temerle es el objetivo de nuestro sistema. Nunca nos enseñan a ir a través de él, cruzarlo con dignidad, valentía y arrojo.  A nadie le conviene que sepas que una vez que lo enfrentas y sabes que lo has hecho tu sola, el poder te inunda y te hace más grande, puedes ser invencible. Te vuelves peligrosa.

Cuando llegó mi hora de parir, tuve miedo. Mis dos partos fueron totalmente medicalizados. Hubo inducción para apurar la dilatación, hubo oxitocina sintética, hubo un dolor inaguantable, hubo epidural, hubo depilación, tactos, episostomía, hubo monitoreos, hubo manejos externos de mis contracciones. Hubo ruptura de membranas.  Tuve miedo.  En algunos momentos tuve la mano del padre de mis muchachos, en momentos le decían que tenía que salir, sin preguntarnos o explicarnos absolutamente nada.  Escuché muchas historias de vacaciones en el Caribe, peleas entre colegas y uno que otro deseo puesto en palabras de qué es lo que querían almorzar ese día,  mientras me forraban con sondas y ponían algún medicamento o que se yo. Había mucha luz, bulla, batas verdes y de todos colores que venían y me decían algo. 

Hoy leo con regocijo las historias de partos naturales de mujeres valientes que tuvieron la suerte quizás de haber llegado a ese punto de sus vidas con una conciencia más elevada.  He llorado mil veces al escuchar como sienten su cuerpo ayudando a nacer a sus hijos. Los observo con algo de nostalgia, sana envidia y de culpa por que yo misma pude habitarme así y haber sentido mis partos desde mi pedestal femenino y no en una camilla horizontal.  Entonces me percato de que aparece otro de los hilos con los que me hilvanaron desde que nací: la culpa. Otro hilo que apunta a la desconexión, otro hilo más con los que nos siguen sometiendo en silencio a las mujeres.

Me observo cocida con estos hilos, y coincido en que debo cortarlos eliminarlos de mi vida. Decidimos todas eliminar estos hilos de nuestras vidas.  Al irlos cortando, descociendome, voy sintiendo como voy entrando a mi morada, a mi casa, a aquella que decidí hace tiempo volver. 

Y voy a mis partos, y observo todo el escenario “quirúrgico” antes descrito, sin embargo, decido ver lo esencial.  Voy al punto donde quiero vivirlos una y otra vez, sintiendo aquellas contracciones, sintiendo cada una de mis células femeninas haciendo lo que mejor saben hacer, sintiendo en cada pujo un abrazo amoroso que decido entregarles a mis hijos, mis manos y mi vientre los van tocando y acariciando para darles las bienvenida. Me siento en intimidad y acogida. Siento en mi la fuerza de aquella mujer que parió en un pesebre hace unos miles de años.  Entre las luces, tubos y batas verdes, ya no hay miedo. Los ojos de mis hijos, esos ojos que podría ver toda mi vida, sus manos como dos ovillos, su cuerpo tibio con mi calor, los recibo emocionada, los abrazo y nunca jamás los dejo ir. No hay miedo, no hay más que una sensación de un territorio vasto, verde, cercano a lo que para mi sería el paraíso.  No hay dolor ni miedo, solo hay espacio para la magia que me posee. Mis hijos primero en mi vientre, ahora en mis brazos, en mis pechos, en mi vida y en ningún otro lugar.

Han podido medicalizar lo físico en mí, pero no han podido intervenir mi alma, ni el alma de mis hijos. Ellos han nacido como todos los bebés humanos, con una promesa en las manos y con la esperanza de hacer de este un mundo mejor.  Vivo el amor que siento por ellos y pongo las piedras en el cimiento de la morada que nunca dejé de habitar y que ahora decido habitar concientemente.

Mis partos ahora sin el dolor de haber sido entregados a los catéteres y a otras manos han hecho que el poder del amor se despliegue en mi cuerpo, en mi hogar, en mi lecho y en mi espíritu. Mis partos han hecho que se despliegue una fuerza poderosa, feroz, misteriosa y abundante. Hoy me tejo yo misma, con la lana que  yo misma escojo.

Mis partos y yo son nuestros partos y nosotras. Nos desvestimos de los miedos, las culpas y decidimos habitarnos concientemente. Nuestros partos nos pertenecen, y cada una lo vive con todo el respeto que nos merecemos como seres humanos, como mamíferos, sin apurarlos, sin manipularlos.  Luz tenue, intimidad, comodidad, mujer acogida, mujer feliz viviendo su cuerpo sabio.

 Silencio por favor, esta naciendo uno de nosotros.


2 comentarios:

  1. Que hermoso y que cierto, cuantas mujeres conozco que se aterran con el parto. Sin duda eso dificulta todo. Yo tuve la suerte de que mi madre no fuera muy comunicativa al respecto, solo me marcó con sus comentarios de "los hospitales públicos son terribles", y mi único empeño fue que mi hijo naciera en el lugar donde lo atendieran lo mejor posible. En lo demás la naturaleza ayudó y mi parto no duró más de cinco horas. No sentí dolores terribles, sí muy fuertes pero soportables. Ahora solo quiero repetir la experiencia. El parto es una de las cosas más maravillosas que me ha tocado vivir

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Tomoe por tu comentario!! Creo que el parto es una de las vivencias más sublimes que puede tener una mujer! El dolor del parto es un dolor catártico e iniciático, y la bendición de tener estas oportunidades las tenemos las mujeres! Es por ello que creo y considero muy necesario que seamos super concientes a la hora de traer nuestros hijos al mundo y vivir ese momento con la grandeza que tiene!! Te abrazo mucho!!

      Eliminar