Tengo la convicción de que mi cansancio viene desde mi más extrema y profunda autoexigencia. Exigencia adquirida a lo largo de la infancia, cuando debí ser una niña buena, tranquila, obediente. Siempre me esforcé por hacer todo perfecto, las mejores notas, el mejor puntaje, una buena universidad, y mediando cada acto emprendido en mi vida con un cuestionamiento intelectual. Siempre de por medio el neocortex. No por nada hoy cuestiono mi cansancio, y la culpa quizás por sentirlo. Bendita manía esa de cuestionarlo todo y buscar en todo la quinta pata al gato. Mi maternidad tan luchada desde mi oficina, y luego, luchada desde la casa misma, llena toda mi existencia, lo acepto, y mis esfuerzos para tener una mejor vida y por ende una mejor vida para mis hijos, son el pan de cada uno de mis días. Pero todos los esfuerzos que hago a veces me cansan, y hoy estoy cansada, desbordada y desesperanzada.
Y no es cansancio de los niños, el cansancio viene del oficio mismo de ser madre y quizás por los propios límites naturales que uno tiene. Y como dice mi abuela: si uno se cansa es porque está viva. Los niños siempre tienen sus cosas lindas, sus cosas complicadas por supuesto, pero ellos no me molestan. El problema es enfrentar de mejor manera la demanda de cuerpo, de atención, de tolerancia, y hacerlo quizás siempre desde el punto de la empatía y el respeto hacia todos. A veces uno se olvida de una misma, y ese sí que es un problema. O sea yo no me he olvidado de mi misma, pero todas las cosas que quiero emprender, siempre llego a transarlas por recoger la ropa, o por terminar de lavar los platos, o por barrer. Y eso que tengo una sagrada ayuda que me coopera durante algunos días con los quehaceres de la casa y me libra literal y rotundamente de que mi hogar se convierta en un vertedero. Pero siempre transo.
Quizás tenga una retorcida costumbre de cumplir todas las cosas a perfección, y siento que hoy mi casa y su orden está lejos de ser perfecta, aunque la felicidad que me da toda la vida que pasa por ella se materialice en el desorden. Quizás en mi fuero interno también sienta que no logro ser la madre que mis hijos se merecen, esa llena de tolerancia y que no grita jamás. Pero si grito a veces.
Vuelven a revolotear exigencias como mariposas negras alrededor mío, intentan sumirme en la pena interna que llevo como sombra. Camino, decido reconocerlas y hablarles con la paciencia y serenidad que no tengo. Son crepúsculos naturales, van y vienen como días y noches en mi vida.
Decido alejarme concientemente de cualquier sentimiento de autocompasión y de victimización referente a mi condición.
Reconozco mi cansancio.
El bebé ha despertado de su siesta, se para incipiente en su cunita, y pese a la frustración que me causa no poder seguir escribiendo trato de ir mas allá de ella. Miro sus ojos adormilados, y siempre, siempre su sonrisa me invita a un nuevo día.
HAY K HECHARLE GANAS AUNK A VECES SIENTO K KISIERA UNAS VACACIONES LEJOS DE TODO Y DE TODOS
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