domingo, 22 de diciembre de 2013

Navidad, canciones de cuna y tiempo de maternidad

Virgen de la Leche de Miguel Jacinto Melendez

“(…) José partió en búsqueda de una partera.  Cuando regresó Jesús ya había nacido.  Cuando la deslumbrante luz se atenuó la partera se encontró ante una escena increíble. Jesús ya había encontrado el pecho de su madre! La comadrona exclamó entonces: ‘¿Quién ha visto jamás a un niño que apenas nacido tome el pecho de su madre?’ Es el signo evidente que este niño al convertirse en hombre, un día juzgará según el Amor y no según la Ley!”(*)

Si he sido noche, fueron las noches de mis bebés las que me hicieron ser noche. Y durante esa noche nació el niño en el portal de Belén. Hoy me regocija decir que la mayoría de esas noches fueron al son de canciones de navidad, porque yo en pleno mayo y octubre canté mil canciones de navidad. Las imágenes del pesebre, los animalitos, María subida en un burrito en labor de parto evocan en mí una sensación de protección y calma, una sensación de noche de paz y noche de amor.  Los villancicos fueron las primeras palabras que nacieron de mi boca cuando el llanto de mis bebés llenaba aquellas noches y la destemplanza hacía que me perdiera en mis propias noches y descubría la inmensa niña recién nacida que aún era yo.  El tiempo de navidad era para esa niña una estancia llena de magia, calma, calor, de ese sentido profundo y contenedor que durante toda mi niñez siempre le otorgué al nacimiento del niño Jesús. Decidí llenar mi sombra con aquellas dulces melodías que fueron elixires de yerbas buenas sanadoras.  Lo fueron para mí y para mis niños. Creo que nacimos nuevamente en el Portal de Belén.  

Mis canciones de cuna entonces llenaron cualquier mes del año y el cantarlas aún llena mi casa de una calma mística. Invocamos siempre el nacimiento de ese niño que es un símbolo invariable de esperanza para la humanidad entera.  Mis dos estrellas se duermen fácilmente cuando cantamos todos –porque ahora en casa cantamos todos a aquel niño.  Y para mí el simple hecho de evocar la imagen de su nacimiento me enternece completamente y se me llena de emoción la garganta y de lágrimas los ojos.  Pues si hay una imagen más clara de lo que es ser madre y nacer, para mí es la de María teniendo a su hijo en el acto más maravilloso de parir en un pesebre, con  ninguna otra contención más que la presencia de otros mamíferos, las estrellas y el calor de la paja.  La sencillez de un hogar, la modestia de una familia y el parto de una mujer y nacimiento de un ser humano en la forma más simple es la escena más potente que todos debiéramos interpretar como la verdadera felicidad. ¿Qué pasaría si todos pudiéramos vivir nuestros nacimientos, los propios y los de nuestros hijos, de esa manera? La grandeza de las enseñanzas de Jesús radica en otorgarnos a cada uno la potencialidad de ser como él.

 (…) En seguida, Jesús comenzó a mover la cabeza, a veces hacia la derecha, otras a la izquierda y, finalmente, a abrir la boca en forma de O. Guiado por el sentido del olfato, se acercaba cada vez más al pezón. María, que aun se encontraba dentro de un equilibrio hormonal particular, y por ello muy instintiva, sabía perfectamente cómo sostener a su bebé e hizo los movimientos necesarios para ayudarlo a encontrar el pecho. Fue así como Jesús y María transgredieron las reglas establecidas por los neocórtex de la comunidad humana. Jesús –un rebelde pacífico desafiando toda convención- había sido iniciado por su madre. (*)

(…) La noche siguiente, María durmió un sueño ligero. Estaba vigilante, protectora y preocupada de satisfacer las necesidades de la más preciosa de las criaturas terrestres. Los días siguientes, María aprendió a sentir cuándo su bebé tenía necesidad de ser mecido. Había tal acuerdo entre ellos que ella sabía perfectamente adaptar el ritmo del balanceo a la demanda del bebé. Siempre meciéndolo, María se puso a canturrear unas melodías a las que agregó algunas palabras. Como millones de otras madres antes que ella, María descubrió así las canciones de cuna.(*)

Las risas de mis hijos  me enseñaron a ser risa, y sus besos me convierten en besos una y otra vez.  La maternidad me inunda como un río lleno de vida plena que me es regalado por las estrellas, por las millones de estrellas de Belén que siento que me cubren.  Y mientras canto campanas de Belén  como en un trance me lleno de calma y dicha.  Revivo inmediatamente el momento como si yo misma estuviera naciendo en un pesebre en el calor de mi madre.  Me regocijo en la navidad que nos recuerda el nacimiento de Jesús como hijo y el nacimiento de María como madre.  Contemplando la imagen aquella del pesebre, me percato que reza en cada uno de nosotros la potencialidad certera que tenemos de conectar con nuestro interior más humilde y más sencillo. La posibilidad de desarrollar los valores más sencillos del ser humanos como los desarrolló Jesús, cómo los desarrolló María están en nuestras manos. La Navidad se vuelve una instancia en la cual podemos rescatar nuestra esperanza y parir nuevamente, así de la forma más sencilla y humilde, el amor que cada ser humano lleva dentro como leche para alimentar.  Exactamente como cuando parimos a nuestros hijos. Porque la Navidad puede ser en cualquier época del año y el hogar nuestro pesebre permanente. Porque nuestros hijos y el amor por ellos son la estrella que seguimos siempre con una canción de navidad de fondo. Y ellos, por supuesto, son todos nuestros grandes maestros. Y si lo queremos ver el camino que lleva a Belén  siempre puede estar en nuestros pies.


(*) Nueva mirada sobre la Navidad, La cientificación del amor, Michel Odent, Editorial Creavida: Bs. As, 2001. Pág. 130-131-132.

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