viernes, 11 de octubre de 2013

Trabajar y criar: el coraje de querer







Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Bajo el ala del sombrero cuantas veces, embozada, una lágrima asomada yo no pude contener...
Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer;
si fui flojo, si fui ciego, sólo quiero que hoy comprendan el valor que representa
el coraje de querer.
Cuesta Abajo
Carlos Gardel



Ilustración de Lucía Serrano del Libro "Asi te quiero mamá"


Recuerdo que un buen día se plantó ante mí la curiosa idea de criar a mis hijos estando yo en casa. Y si, una muy curiosa idea.  Sentía que las buenas voluntades a mi alrededor ayudándome a cuidar de mi hogar y de mis hijos no hacían más que dolerme y hacerme sentir un monigote pusilánime sin voluntad.  Por otro lado también me dolía el solo hecho de pensar en la vergüenza que implicaba que una profesional como yo pensara en dejar de trabajar “bien” para criar y estar en casa.  Las amenazas frente a esta curiosa idea no tardaron en llegar: que el dinero no les va alcanzar y no podrán darles una buena educación a los niños, que te aburrirás pronto, que perderás tu espacio, que tus hijos serán siempre dependientes de ti, que te perderás.  Así, entre otras ráfagas.  Afortunadamente, el miedo grabado lastimeramente en mis huesos, no pudo paralizarme esta vez.  Lo hice.  Dejé de trabajar en un empleo formal y enfrentar de otro modo el desafío económico. Ardua tarea. Dejé de trabajar porque quería seguir amamantando y cuidando yo misma a mi bebé, quería ser yo la que enseñara a leer y a escribir a mi hijo mayor. Di aquel tremendo paso al vacío, salir de mi zona de confort, abrazar la incertidumbre.  Porque en el mundo que vivimos y en las condiciones sociales en que nos desenvolvemos hoy,  dejar de trabajar para una mujer madre para criar a sus hijos, es una decisión temeraria, algo así como la decisión de un kamikaze.

Dentro de la maquinaria social y económica de la cual somos parte irreversiblemente, la apropiación de los tiempos de cada persona para utilizarlos al servicio del gran engranaje económico es el pan de cada día.  Los tiempos de cada individuo son valiosos en tanto y en cuanto producen.  Y el valor que se les otorga a esos tiempos no solo es a nivel monetario, sino también en valoración del éxito social.  ‘Eres’ en directa relación con lo que trabajas y tu trabajo determina en que zona de la pirámide de éxito te encuentras.  Estos parámetros cobijan diametralmente la vida de hombres y mujeres por igual.  Y en el caso de nosotras mujeres este hecho es un bisturí que nos escinde mortal e  irremediablemente. Nos observamos antagónicamente como mujeres-profesionales o bien mujeres-madres.  ‘Somos’ porque trabajamos de forma remunerada, y escondemos bajo la alfombra las labores que llegamos desesperadamente a hacer a casa por la tarde: el mantenimiento de la vida cotidiana, los cuidados domésticos, la crianza de los hijos.  Estamos definitivamente siempre definidas y determinadas. Y en nuestro caso lo correcto y lo prestigioso es trabajar fuera de casa porque eso te otorga una remuneración económica y estatus social, y tu trabajo en el hogar es algo que… simplemente tienes que hacer.  Desgaste seguro.  La sobrecarga de trabajo fuera más la culpa que se te inculca por todos los poros por ‘no estar con tus hijos’ sumado al cansancio que involucra el cuidado de tu hogar por la carga emocional que ello  conlleva es la verdadera recarga que llevamos las mujeres.  Partidas y sobrecargadas nos juzgamos incluso nosotras mismas y con ello caminamos renunciando a todo nuestro poder. Buscamos siempre complacer al resto, menos a lo que sentimos.

En mi caso tuve solo dos opciones: seguir trabajando en una oficina tiempo completo, o no trabajar de forma remunerada.  En la mayoría de los casos no hay términos medios. Nos siguen partiendo en dos. Y optar por dejar de trabajar te obliga a hacer varias otras renuncias: dejas prácticamente de ser un ente económico-social y con ello te quedas sin previsión médica, dejas de cotizar para tu jubilación, tus bolsillos se adelgazan considerablemente, entre otras cosas.  Te vuelves una paria, y el destino quiere deshacerte a punta de piedrazos con tu pelo sin peinar y tu cara sin maquillaje, porque el trabajo en casa es arduo y hay veces que no te deja tiempo para peinarte. Parece un triste desenlace.

Sin embargo, poco a poco te vas dando cuenta de que tu labor hogareña tampoco te deja tiempo para la angustia, pues tienes que levantarte sí o sí por las mañanas, porque nace un nuevo temple en ti, porque los niños te infunde una energía imprudente y bendita.   La valentía que te da la decisión intrépida de desafiar un sistema anti maternidad y que descalifica constantemente los cuidados domésticos y de crianza, es un insolencia que solo las mujeres podemos darnos el lujo de hacer.  El valor de sentir que las mujeres no somos seres partidos, que podemos trabajar, estudiar, ser madres y criar al unísono es un universo integral posible si tuviéramos un poco de comprensión y apoyo.  El coraje que nos infunde la potencialidad que tenemos de amar representa nuestra expansión máxima en las diversas actividades que podemos llevar a cabo.  Y este mundo puede ser otro si la idea de cuidar a nuestros hijos en casa con nuestro cuerpo sale a la luz, se visibiliza y deja de ser un espécimen en extinción.  Es posible hacer un cambio radical en nuestros estilos de vida si la idea escindida de aquella mujer que siempre tiene que renunciar a algo para hacer lo que realmente siente desaparece para siempre de nuestro imaginario.   

Estoy convencida de que es necesario cambiar la visión que tenemos como sociedad acerca del trabajo, sobre todo del trabajo que hacemos las mujeres.  Sea este remunerado o de cuidado en el hogar, cualquier trabajo es dignificador y altamente necesario.  No creo que existan trabajos de mayor o menor categoría.  Cambiar esta visión empieza desde casa, el punta pie inicial debemos darlo las mujeres haciendo el cambio interno y sintiendo que los quehaceres internos, sean estos personales u hogareños, y principalmente las actividades que conlleva la crianza de los niños – y hablo de una crianza presente -  son labores altamente gratificantes y llenas de riqueza para el grupo familiar en un ambiente cooperativo.   Por otra parte, si los sistemas laborales abrieran sus puertas a la idea de esquemas de trabajo más flexibles para las madres, las mujeres podríamos conciliar de una forma más íntegra y mucho más honesta, teniendo libertades para elegir opciones que concuerden sinceramente con lo que sentimos. 


Amamanto al más pequeño mientras enseño a escribir a mi hijo mayor, los artículos para el blog bullen en mi cabeza y las oportunidades para realizar mil actividades que me interesan y me apasionan florecen por doquier.  El miedo por su parte sigue instaurado en mi, aunque he decidido conscientemente mantener su jaula con candado. Miro de frente cada amenaza que aparece.  En eso,  miro a mis niños y pronto descubro que la primavera ha llegado y que hoy hice una promesa para ir al parque a jugar a la pelota.  


Este texto aparece en la Tercera Edición de la Revista Espacio Mamaluz dedicada a la Semana Mundial de la Crianza en Brazos.  
No se la pierdan!! http://issuu.com/espaciomamaluz/docs/revistamamaluz3

1 comentario:

  1. !!!Valiente y mamá a un 100%!!! En un futuro no muy lejano verás los frutos de tu esfuerzo y ya no habrá dudas acerca del camino que tomaste. ¡Sigue mirando a tus niños para renovar fuerzas!
    Tu amiga Claudia

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