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Ilustración de Pableras García |
Que
las mujeres hemos llegado a desarrollar el intelecto a niveles altamente
refinados es una realidad innegable.
Hemos demostrado con creces en esta cultura hecha para y por hombres que
somos capaces de competir de igual a igual manifestando a perfección las
“cualidades” que en esta sociedad son las más aplaudidas y premiadas. Hemos conseguido “la gloria”: competimos,
controlamos y ganamos. Claro, hemos
pagado un precio bastante alto, pero hemos triunfado en el ring masculino, de
eso no hay duda.
Sin
embargo, también necesitamos observar la fruta que perdimos o la que dejamos de
lado. Debemos concientizar y procesar
bien los motivos de tanta necesidad de demostrar que podemos desarrollar nuestras
capacidades masculinas y que triunfamos en ello. Es nuestra necesidad revisar también las
facultades femeninas que hemos dejadas tiradas en el patio de atrás,
desdeñadas, descalificadas y menospreciadas. Nuestros deseos y anhelos desde
nuestro más profundo ser femenino el cual existe como la naturaleza misma. Creo que aquellos cachivaches encierran
poderes que no hemos valorado, y eso es lo que justamente lo que nos hace daño
como mujeres: nuestra naturaleza pisoteada.
La
cosa es que en nuestra cultura estudiamos, trabajamos, conseguimos éxitos como
cualquier hombre mortal en nuestro medio.
Sin embargo, muchas veces las
mujeres llegamos a un punto en que algo nos falta e internamente sentimos que
algo no va bien. Si nos lo permitimos,
comenzamos la búsqueda hacia nuestra natural estancia: ansiamos la familia,
ansiamos el cariño y el calor del hogar.
Desconectamos la carrera o el trabajo, conectamos con nuestra esencia y
nos hacemos madres y sentimos una paz interna: hemos llegado a nosotras mismas. Pronto vuelve la realidad y con ello lo
irremediable: el cuestionamiento -muchas veces angustiante- de continuar o no
con nuestra carrera profesional, pues sabemos bien que, en la mayoría de los casos,
la conciliación es un tema bien complejo: porque la maternidad no calza en
nuestro sistema de vida, porque la maternidad no es cuadrada ni los niños
predecibles (ni nosotras!).
Algunas
nos decidimos y hacemos malabares para quedarnos en casa y cuidar las
crías. Y es que tenemos la posibilidad
de elegir, sí! existe esa posibilidad, independiente de todas las luchas que
podamos llegar a enfrentar es una posibilidad certera. Y el camino trae piedras, pues cuando optas
por Ser Mamá, nuestra cultura comienza inmediatamente el pisoteo a nuestra
opción femenina.
De
partida, a nivel institucional si eres ama de casa y madre no existes, pues
lógicamente no tienes una entrada que te “dignifique” como se dice. Luego viene la cara de otros cuando te preguntan
y tú en qué andas? Y una les responde: ‘Soy mamá y estoy en casa’ y luego de un
silencio prudente te dicen ‘ya, pero y que haces?’ a qué te dedicas?’ o ‘qué
piensas “hacer” luego de hacer “eso” (criar)?’ como esperando que pase “eso”
pronto. Claro, aluden al desarrollo
profesional o al trabajo remunerado. Entonces una piensa inmediatamente que
aquellas torres que se han edificado en casa no son precisamente por un
proyecto para tu tesis de arquitectura: la torre de platos sucios, la torre de
ropa sin lavar, la torre de ropa lavada sin planchar, aunque sean torres
ingenierilmente diseñadas y calculadas! O
que la estancia con los niños no tiene nada que ver con la tesis doctoral en
conductas psicológicas en los infantes.
Y quien reconoce el trabajo de las madres? pues el chapulín colorado… y
nosotras, las mamás que hacemos y sabemos estar en la total invisibilidad.
Ustedes
ya saben que tengo la firme convicción de que ser mamá significa un intenso
crecimiento personal, un aprendizaje vital y profundo, mucho más que cualquiera
especialización que se pueda adquirir con mucha satisfacción en lo
académico. Para mí la maternidad sin
duda implica el desarrollo de importantes cualidades humanas –que están en
franco peligro de extinción, por cierto- como lo es la paciencia, la compasión,
la empatía, el autoconocimiento, el auto control, la auto comprensión, la
tolerancia, etc. Si observamos, estas cualidades se oponen garrafalmente a
aquellas que aprendemos en nuestros sistemas profesionales o laborales y en
nuestros sistemas sociales: la competencia, el control, la supremacía,
meritocracia, la búsqueda y alcance del éxito.
Cuando
pares, tomas a tu hijo en brazos, entras a tu casa y todos los títulos
rimbombantes junto con toda la información adquirida en millares de libros y en
miles de semanas insomnes, se quedan fuera al cerrar la puerta. No entran contigo, ni son de ningún apoyo
cuando comienzan a rodar tus lágrimas por la emoción que te da cuando tu niño
se ríe por primera vez… o llora, o grita, o gime, o se hace caca, o no hace
caca, o se le cae el ombligo, o se duerme o se despierta o se rasguña la cara
con esas uñas finísimas y que, aunque sabes usar tecnología de punta en
computación, no tienes idea cómo diablos
cortárselas.
Soy
mamá y en este punto no hay más evaluación o examen que el sentir. Sentir que la vida fluye como un río cuando
tu hijo sonríe o cuando llora, sentir que sus manos están frías en el invierno
o que tiene sed en el verano, sentir su mirada cuando sueña, sentir su
respiración cuando se alegra o tiene pena, sentir su vida fluir al lado de la
tuya en tus manos y en las suyas. Sentir
que creces junto a ellos y darte cuenta de que nunca dejas de hacerlo, darte
cuenta de que puedes guiarlos, pero que casi siempre son ellos los que te
guían. Sentir que somos varios en este camino familiar, de lazos y de vínculos
que solo se sienten, y que caminamos todos juntos de la mano. Estas enseñanzas son para mí tan o más
valiosas que cualquier especialización académica, porque me han enriquecido como persona, como humana, como un ser que
quiere sentir plenitud interna más que éxito y supremacía sobre otros. Y esta plenitud se puede obtener gracias a
este descalificado y subvalorado oficio de ser mamá.
He
escuchado tantas veces las voces cuando una mujer muy joven se queda embarazada
decir ¡ay! Qué tonta! Ni siquiera terminó sus estudios y se pone a tener crías!
Y yo pienso que a lo mejor esa mujer quiso o le tocó hacer primero ese otro
crecimiento tan importante en la vida, el crecimiento personal de ser madre,
esa gran puerta que se abre al igual que se abre una puerta de la universidad.
Crezcamos
como profesionales, por qué no? las mujeres podemos hacer lo que queramos. Pero también crezcamos como seres
humanos. Creo que es tiempo que valoremos
nuestras fortalezas femeninas, aquellas capaces de convocar, de recibir, de
acunar, de abrazar, de calmar, de sanar. Recordemos nuestros conocimientos
intrínsecos de mujeres que esperan pacientes como óvulos para crear vida.
Dejemos la carrera y la competencia de espermatozoide. Retomemos y reconozcamos
esos conocimientos uniéndolos con la experiencia del sentir. Sin
duda de esa mezcla saldrá la sabiduría, esa sabiduría femenina que nos está
haciendo falta hoy en este mundo. Lo
femenino y en este caso, nuestra cualidad materna están hechas para integrar,
no para competir. Ensalcemos y realcemos nuestra maternidad y hablemos desde
ese podio. Sintamos que ser madres nos engrandece. Tomemos conciencia de ello.