La lactancia es
la vida misma. La leche materna es la savia que nos alimenta a todos los seres
humanos desde que llegamos a este mundo.
La lactancia es la magia que llevamos todas las mujeres dentro.
Amamantar es el acto que involucra más amor, del más puro, porque la leche
materna es puro amor que destila por nuestros pechos.
En los tiempos
que vivimos, en el descontrol y la violencia que inundan los diarios, las
noticias, y cualquier otro medio, estamos todos los actores de esta sociedad
obligados solamente a ocupar nuestro lado izquierdo del cerebro. Aquél lado es el que nos lleva por las senda
masculina, el lado yang. Desde esta zona estamos obligados a observar la
realidad desde una forma analítica, matemática, calculándolo todo: el dinero,
el tiempo, los procesos, cuadriculando y controlándolo todo . Nuestro lado derecho descansa, porque en el
mundo actual, lo intuitivo, lo
emocional, lo creativo no sirve, no
existe. Y si osas tener un atisbo de
funcionamiento de tu lado más “ying” eres cruelmente castigado. Lo digo por experiencia propia.
Cuando quedamos
embarazadas, y lo hacemos la mayoría de las veces porque nuestro lado ying está
queriendo hacer patente su existencia, pues el embarazo es pura creatividad,
caemos en shock. Pensamos inmediatamente
en el dinero que involucrará, en los cambios en tu casa, en la licencia que
tendrás que tomar obligada en tu trabajo (aquí en Chile la licencia pre y post
natal es irrenunciable gracias a Dios).
Una vez más aparece tu lado yang tratando de controlar tu vida. Y así te pasa un buen rato hasta que te das
cuenta de lo que está ocurriendo en ti.
Esa energía tan hermosa que te recorre poco a poco, si se lo permites,
comienza a reconectarte con tu lado instintivo, con tu lado ying. Esa otra parte que te compone
maravillosamente y que casi siempre está relegada en el patio trasero, hace su
aparición y una felicidad inexplicable comienza a invadirte.

Algo parecido
ocurre cuando nace el bebé. El lado yang
potente, el que rige a diestra y siniestra nuestra sociedad, también intenta
controlarte y quiere aplastarte.
Comienzas a pensar en todo lo que tienes que “cumplir”, el dinero, el
trabajo, los cálculos, los controles, que el cambiar hacia tu lado más
instintivo, más interno, más sensible se vuelve algo caótico. Tienes a tu cría en brazos, te la han puesto
en el pecho bruscamente, nunca has mirado tus pechos haciendo lo que tienen que
hacer en este momento. Vienen a ti solo
imágenes de los pechos perfectos de las mujeres en los spot publicitarios. Tu madre, tu tía ya ni recuerdan cuando
lactaron a sus hijos, si es que lo hicieron, así que no te pueden ayudar esta
vez. Tus primas y amigas que dieron teta viven lejos y por teléfono es difícil
explicar como se engancha al pecho un bebé.
Entonces
comienza el dolor, el dolor de los pezones, el dolor de la bajada de la leche,
el dolor de tu alma que no conoce aquel paraje de tu existencia, el dolor de
querer escaparte en el metro y entrar a tu vida antigua, el dolor de no “saber”
como debes cuidar a tu cría, pues cerebralmente sólo sabes calcular, y ahora
caes en cuenta en tu fuero más interno que un ser humano no puede ser
calculado.
Y luego el
pediatra saca una calculadora, calcula el peso de tu bebé, calcula cuantos días
tiene, y calcula, según unos cálculos de grandes calculadores en el mundo, y te
dice así sin más ni más que tu bebé no esta subiendo de peso. Y luego calcula
cuanta leche en fórmula o leche de otra especie debes darle a tu bebé, y te
pasan una mamadera con medidas para que calcules. Este cálculo y zarpazo es casi mortal para tu
aura. Y ahí encuentras dos opciones. O
te desmoronas por dentro, te anestesias, le crees a aquel calculador que tu
leche no “engorda” a tu hijo y le quitas la leche a un ternero para dársela a
tu hijo, o comienzas una lucha encarnizada para seguir amamantándolo, para
redescubrirte y amamantarte a ti misma.
Eliges en definitiva o tu lado izquierdo o tu lado derecho. Si escoges
el segundo, todo lo que te rodea te sigue saboteando, así de triste.
Este mundo
obcecadamente intenta que te vayas por el consumismo, así compras tarros,
mamaderas, chupetes. Compras. Nadie
quiere que sepas que tus pechos están diseñados para crear toda la leche que tu
bebé necesita, tu leche es producto de toda una historia en evolución humana
que ha creado aquél elixir mágico para alimentar, no solo fisiológicamente a tu
bebé, si no también alimentarlo emocionalmente y alimentarte a ti. Eso no vende
y no hay ganancia monetaria para nadie.
Sin embargo,
seguir luchando por amamantar es ganar todas las guerras. Digan lo que digan,
tú escuchas tu instinto, superas el dolor, el miedo, te superas a ti misma y te
haces más fuerte frente a todo, y eso por el amor que sientes por tu hijo.
Creces. La cantidad de amor que brota
cuando amamantas es un despliegue universal de energía bendita, que te bendice
a ti, bendice a tu bebé. La oxitocina
que brota a nivel hormonal, es el elixir que te sana, te hace feliz, y sana y
hace feliz a tu bebé.
El tema de si engorda o no tu bebé es un
cálculo que está en los protocolos pediátricos, que si bien hay que escucharlos
de una forma responsable por supuesto, también es necesario siempre el buscar
ayuda de otro tipo. Muchas veces los pediatras que recomiendan relleno ni
siquiera se detuvieron a mirarte. Buscar
ayuda en los grupos de lactancia, buscar pediatras pro lactancia, buscar ayuda
en una doula o una asesora de lactancia.
Cuando hay problemas en el establecimiento de la lactancia casi siempre es
un problema integral, es decir es de la díada mamá-bebé, y la mayoría de los
médicos lo que hacen es fracturar esa delicada estructura que tienen enfrente,
y observan solo al bebé o solamente a la madre, menospreciando la integridad de
ambos y literalmente fracturándote por dentro.
En nuestros
pechos hay tanta leche y tanto Amor como nuestros hijos necesitan.
A continuación
les dejo un maravilloso texto de Laura Gutman, Psicoterapeuta Familiar
argentina, que a mi manera de ver las cosas es preciso, conciso e
inspirador. Es un texto que me habría
gustado leer cuando aprendí a dar de mamar.
LA LACTANCIA
SALVAJE
La mayoría de las madres que consultamos por
dificultades en la lactancia estamos preocupadas por saber cómo hacer las cosas
correctamente, en lugar de buscar el silencio interior, las raíces profundas,
los vestigios de femineidad y apoyo efectivo por parte de los individuos o las
comunidades que favorezcan el encuentro con su esencia personal.
La lactancia es manifestación pura de nuestros
aspectos más terrenales y salvajes que responden a la memoria filogenética de
nuestra especie. Para dar de mamar sólo necesitamos pasar casi todo el tiempo
desnudas, sin largar a nuestra cría, inmersas en un tiempo fuera del tiempo,
sin intelecto ni elaboración de pensamientos, sin necesidad de defenderse de
nada ni de nadie, sino solamente sumergidas en un espacio imaginario e invisible
para los demás.
Eso es dar de mamar. Es dejar aflorar nuestros
rincones ancestralmente olvidados o negados, nuestros instintos animales que
surgen sin imaginar que anidaban en nuestro interior. Es dejarse llevar por la
sorpresa de vernos lamer a nuestros bebés, de oler la frescura de su sangre, de
chorrear entre un cuerpo y otro, de convertirse en cuerpo y fluidos danzantes.
Dar de mamar es despojarse de las mentiras que nos
hemos contado toda la vida sobre quienes somos o quienes deberíamos ser. Es estar
desprolijas, poderosas, hambrientas, como lobas, como leonas, como tigresas,
como canguras, como gatas. Muy relacionadas con las mamíferas de otras especies
en su total apego hacia la cría, descuidando al resto de la comunidad, pero
milimétricamente atentas a las necesidades del recién nacido.
Deleitadas con el milagro, tratando de reconocer que
fuimos nosotras las que lo hicimos posible, y rencontrándonos con lo que haya
de sublime. Es una experiencia mística si nos permitimos que así sea.
Esto es todo lo que necesitamos para poder dar de
mamar a un hijo. Ni métodos, ni horarios, ni consejos, ni relojes, ni cursos.
Pero sí apoyo, contención y confianza de
otros (marido, red de mujeres, sociedad, ámbito social) para ser sí misma más
que nunca. Sólo permiso para ser lo que queremos, hacer lo que queremos, y
dejarse llevar por la locura de lo salvaje.
Esto es posible si se comprende que la psicología
femenina incluye este profundo arraigo a la madre-tierra, que el ser una con la
naturaleza es intrínseco al ser esencial de la mujer, y que si este aspecto no
se pone de manifiesto, la lactancia simplemente no fluye. No somos tan
diferentes a los ríos, a los volcanes, a los bosques. Sólo es necesario
preservarlos de los ataques.
Las mujeres que deseamos amamantar tenemos el desafío
de no alejarnos desmedidamente de nuestros instintos salvajes. Lamentablemente
solemos razonar y leer libros de puericultura, y de esta manera perdemos el eje
entre tantos consejos supuestamente “profesionales”.
La insistencia social y en algunos casos las
sugerencias médicas y psicológicas que insisten en que las madres nos separemos
de los bebés, desactiva la animalidad de la lactancia. Posiblemente la
situación que más depreda y devasta la confianza que las madres tenemos en
nuestros propios recursos internos, es esta creencia de que los bebés se van a
malacostrumbrar si pasan demasiado tiempo en nuestros brazos. La separación
física a la que nos sometemos como díada entorpece la fluidez de la lactancia.
Los bebés occidentales duermen en los moisés o en los cochecitos o en sus cunas
demasiadas horas. Esta conducta sencillamente atenta contra la lactancia.
Porque dar de mamar es una actividad corporal y energética constante. Es como
un río que no puede parar de fluir: si
lo bloqueamos, desvía su caudal.
Contrariamente a lo que se supone, los bebés deberían
ser cargados por sus madres todo el tiempo, incluso y sobre todo cuando
duermen. Porque se alimentan también de calor, brazos, ternura, contacto
corporal, olor, ritmo cardíaco, transpiración
y perfume. La leche fluye si el cuerpo está permanentemente disponible.
La lactancia no es un tema aparte. O estamos madre y bebé compenetrados,
fusionados y entremezclados, o no lo estamos. Por eso, dar de mamar equivale a
tener al bebé a upa, todo el tiempo que sea posible. No hay motivos para
separar al bebé de nuestro cuerpo, salvo para cumplir con poquísimas
necesidades personales. La lactancia es cuerpo, es silencio, es conexión con el
submundo invisible, es fusión emocional, es entrega.
Dar de mamar es posible si dejamos de atender las
reglas, los horarios, las indicaciones lógicas y si estamos dispuestas a
sumergirnos en este tiempo sin tiempo ni formas ni bordes. También si nos despojamos de tantas sillitas,
cochecitos y mueblería infantil, ya que un pañuelo atado a nuestro cuerpo es
suficiente para ayudar a los brazos y las espaldas cansadas. Incluso si
trabajamos, incluso si hay horas durante el día en que no tenemos la opción de
permanecer con nuestros bebés, tenemos la posibilidad de cargarlos en brazos
todo el tiempo que estemos en contacto con ellos.
Es verdad que hay que volverse un poco loca para
maternar. Esa locura nos habilita para entrar en contacto con los aspectos más
genuinos, inabordables, despojados, salvajes, impresentables, sangrantes de
nuestro ser femenino. Así las cosas, que nos acompañe quien quiera y quien sea
capaz de no asustarse de la potencia animal que ruge desde nuestras entrañas.
Laura Gutman
Tomemos
conciencia.