“El camino que lleva
a Belén
lo voy marcando con
mi viejo tambor,
nada hay mejor que
yo pueda ofrecer,
su ronco acento es
un canto de amor
al Redentor, al
Redentor”
El Tamborilero
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Foto de Patrica Márquez e Ignacia |
La primera canción de cuna que broto de mi
corazón en pleno mayo fue un villancico, una canción cantada para el niño Jesús
naciendo en el pesebre. Surgió de forma espontánea desde la más profunda
emoción que sentía con Manuel en brazos. Una canción que entonaba mientras
perseguía la estrella que Manuel y su nacimiento significó y significa aún en
mi vida. Quizás explotaba en mí la
misma emoción que me producía la mágica estampa de la navidad cuando yo era
chica. Y eso que cuando yo era niña ya
el consumismo se había apoderado completamente de las fechas en diciembre. Pero para mí la navidad, con su olor a mango
y a pino verde, siempre tuvo su halo mágico inmerso en villancicos y un momento
especial más allá de los regalos y reuniones familiares. Y hoy reconozco materializada
esa magia en el nacimiento de mis hijos, y en mi nacimiento como madre, y una
vez más las canciones de navidad acompañan esa magia.
Mis
canciones de cuna desde ese entonces son por excelencia villancicos cantados en
cualquier época del año, y la verdad al cantarlas me produce una especie de éxtasis
ante los ojos maravillosos de mis hijos, que poco a poco comienzan a cerrarse
hasta dormir en mis brazos. Mis dos
estrellas duermen pausadamente al calor de mis canciones. Mientras tanto pienso que el nacimiento del
niño Jesús tiene un gran simbolismo en nuestra cultura, y hoy siendo madre creo
que toma aún mayor fuerza ese simbolismo.
Si Dios envió al mundo a su hijo para demostrarnos que un ser humano
puede tener todas las cualidades como las que tuvo el Maestro Jesús desde su
nacimiento, pienso que cada niño que viene a este mundo representa una
posibilidad de vivir y entregar la vida hacia el Amor. Jesús vino a transgredir todas las reglas, se
rebeló ante los cánones de su época, nos enseñó un modelo de humildad y de vida
que todos podemos seguir de la forma más sencilla que uno pueda pensar. Y miro en mis brazos a Gabriel durmiendo
junto a su hermano y siento que una vez más Jesús nace, Jesús nace en mí, Jesús
nace al mundo, nacen todos los niños con la misma potencialidad de amar y
enseñarnos amar tal como lo dijo Jesús.
Mientras
canto me identifico humildemente con María su madre y el acto de mayor sencillez de un ser
humano: su nacimiento. El parto en un pesebre repleto
de otros mamíferos, y en la simpleza más pura, me conecta con su
total naturaleza y fortaleza, María pariendo a su hijo, como todas las mujeres en
este mundo podemos hacerlo. Y me
pregunto en qué momento dejamos que ese aspecto tan maravilloso fuera alejado
de nosotras. El
nacimiento de Jesús es el acto más amoroso del cual seguimos aprendiendo.
(…) En seguida, Jesús
comenzó a mover la cabeza, a veces hacia la derecha, otras a la izquierda y,
finalmente, a abrir la boca en forma de O. Guiado por el sentido del olfato, se
acercaba cada vez más al pezón. María, que aun se encontraba dentro de un
equilibrio hormonal particular, y por ello muy instintiva, sabía perfectamente
cómo sostener a su bebé e hizo los movimientos necesarios para ayudarlo a
encontrar el pecho. Fue así como Jesús y María transgredieron las reglas
establecidas por los neocórtex de la comunidad humana. Jesús –un rebelde
pacífico desafiando toda convención- había sido iniciado por su madre.
(…) La noche siguiente, María durmió
un sueño ligero. Estaba vigilante, protectora y preocupada de satisfacer las
necesidades de la más preciosa de las criaturas terrestres. Los días
siguientes, María aprendió a sentir cuándo su bebé tenía necesidad de ser
mecido. Había tal acuerdo entre ellos que ella sabía perfectamente adaptar el
ritmo del balanceo a la demanda del bebé. Siempre meciéndolo, María se puso a
canturrear unas melodías a las que agregó algunas palabras. Como millones de
otras madres antes que ella, María descubrió así las canciones de cuna.(*)
Y
sigo cantando a la Estrella de Belén, como en un trance me lleno de calma y dicha y
revivo el momento como si yo misma estuviera naciendo en un pesebre en el calor
de mi madre. Mis niños siguen durmiendo en
mi regazo rodeados de paja y siento que a nuestra familia no le hace falta más
que esa luz que emana de mi corazón hacia ellos. Mis canciones de cuna seguirán
siendo por mucho tiempo canciones de navidad, de esa época que nos recuerda el
nacimiento de Cristo, de ese momento que nos enseña que tenemos la
potencialidad certera de conectar con nuestro interior más humilde y más
sencillo. La Navidad se vuelve una instancia en donde nace nuestra esperanza y
sin duda nace nuestro amor una vez más. Porque la Navidad puede ser en
cualquier época del año y el hogar nuestro pesebre permanente. Porque nuestros
hijos y el amor por ellos son la estrella que seguimos siempre con una canción
de navidad de fondo.
(*)
Nueva mirada sobre la Navidad, La cientificación del amor, Michel Odent,
Editorial Creavida: Bs. As, 2001. Pág. 130.
Qué preciosidad...Gracias por acercarme de nuevo a la Navidad a través de tus ojos y darle de nuevo sentido para mi.
ResponderEliminarGracias por la visita Carolina!! Que bueno es poder darle un nuevo sentido a las situaciones!! Besos
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